jueves, 11 de agosto de 2011

Ausencia inmarcesible


¿Será que para dar vida antes hay que animarse a dejar morir todo lo que sepulte lo bello? ¿Para qué velar y atravesar duelos innecesarios, por saltearse los imprescindibles? ¿Por qué aferrarse tanto a lo que destruye? Tal vez sea hora de comenzar.

¿Adónde irá tu alma concebida
de personita que no alcanzó a morir
a fuerzas de no llegar a vivir?
¿En qué cielo diferente de ángeles de tu estatura
jugarás con lo más bella pureza de la raza humana?
En tu estado de perfección absoluta,
lejos de discursos ambiguos
y el absolutismo de tanto adulto adolescente
alcanzaste el zenit de la existencia
bajo la escasez de tus 8 semanas.
Inundaste mi vientre de luz, mi vida de esperanzas;
y a posteriori también mi presente con tu ausencia.
Inmensa y plagada ausencia tan proporcional
a la inmarcesible presencia de tus escasos días.


viernes, 5 de agosto de 2011


¿Cómo pueden los animales carecer de todo egoísmo y rencor? ¡Qué bellos seres! Podríamos aprender de ellos en vez de subestimarlos, y "evolucionar" en aquellos aspectos en los que nos creemos superiores, entendiendo que en ellos no hay 100% "animalidad".
Lo que llamamos "personalidad", a veces no es más que un aspecto de nuestra esencia que nos vuelve animales (perdón por el uso peyorativo) y menos humanos.
Quiero ser un poquito "animal" y carecer del humano retorcido que todos llevamos dentro.
(NOTA DE LA AUTORA: Pensamiento enrevesado que termino de encontrarme en mi cabeza después de intercambiar un abrazo versus ronroneo maravilloso con un ser teóricamente involucionado, que me llenó de paz. :))

miércoles, 27 de julio de 2011

EL RESTAURADOR


- Muchas gracias, después de usted. Si, si, este sillón me resulta muy cómodo. Verá, agradezco a usted me haya dado un turno para consultarle con tan escaso tiempo, pero es que... es precisamente el tiempo lo que me preocupa. Y no, no es que esté por salir el tren que me conduzca a ninguna parte, ni que vaya a quedarme poco tiempo por vivir. Es solo que el tiempo me resulta un aspecto preocupante en la vida humana. Comenzaré por el principio. Si de tiempo se trata lo más coherente sería que me ordene y le explique los hechos paso a paso ¿no es cierto? Pues bien. Permítame que me presente: Mi nombre es Daniel Castelar, y soy restaurador desde hace unos años. Tengo actualmente 42 años. Estoy en pareja desde hace unos meses. Voy enamorándome de ella poco a poco, a pesar de la aparente velocidad con la que vivimos y la profunda entrega que se ha producido entre nosotros, y puedo decir esta vez que mi corazón actúa con la cautela necesaria y va dejándose llevar sin pausa pero sin prisa. Hace unos días perdimos un hijo. Ámbar llevaba casi dos meses de embarazo, pero algún motivo que aún desconocemos hizo que el nacimiento no llegara a producirse. Mucha gente cree que mi obrar es caprichoso. A simple vista no, si quienes me juzgan por las apariencias pudieran ver que no hay nada de azaroso (aunque sí de impulsivo) en mi accionar, comprendería que no hay capricho, sino algún enmiendo, una rotura por resarcir.
Y así un día me levanto de la cama, y al recorrer el centro, miro las vidrieras y me encuentro con una corbata que me gusta. En el momento seguramente no la compre, y deje pasar cierto tiempo para cumplir mi deseo. Otro día siento ganas de cambiar los muebles de lugar, pero es muy factible que las urgencias cotidianas me impidan hacerlo. Así es como mis días transcurren, alternándose día a día entre deseos y postergaciones. Hace algunos años, sentí un enorme deseo de comunicarme con Marta. Ella fue mi primer gran amor. Y dejándome llevar por la necesidad, y el impuso envié un mail explicando los motivos de mi intempestiva aparición, después de 17 años de silencio. Necesitaba preguntarle si en verdad me había amado. Mi psicoanalista de entonces aconsejó no enviar el mail, ya que es posible que la respuesta no fuera favorable, y yo no me encontraba entonces en condiciones emocionales de recibir una “mala noticia”.
La respuesta fue cálida pero breve. Aquella Marta peregrina y diferente a la de mis recuerdos, aseguró haberme amado, sin mayores declaraciones ni anhelos de recordar lo vivido. Ese fue nuestro último contacto. Volví a buscarla muchas veces más, no sé con qué pretexto ya que había saldado mis cuentas con ella. Escribí a cuantas direcciones de correo electrónico encontré entre mis conocidos (quienes se mantenían en contacto con ella a lo largo de los años), preguntando simplemente. ¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida?
Nunca más hallé respuesta. Quedé satisfecho (aunque no saciado) con su desabrida misiva (mas allá de lo que considere mi anterior terapeuta, no tengo por qué descreer de lo expresado por ella. Al fin y al cabo no tenía por qué mentirme después de tantos años.) Puedo considerar que fue un acto de arrojo, uno de aquellos actos asociados a mi variable voluntad.
Poco tiempo después encontré algunos manuscritos, y decidí retomar unos borradores inconclusos sobre una novela que hoy sentencio, nunca terminaré por falta de talento. En el momento me sentí feliz. Largas horas escribiendo colmaban mi tiempo y aquél estado de letargo en el que nos sumergimos los que tenemos el don de la inspiración me transportaban a lugares, situaciones y personas que sólo existían en mi interior. Llegué a vivir días y meses en un mundo paralelo. Aquél creado por mí. Y conviví con mis personajes en mi propia casa, en mi cama, bajo mi techo y todos ellos sobrepasando mis límites y desafiándome a colocarlos en situaciones extremas de la vida, para que no desbordaran la realidad, recién conseguí acallarlos, y ubicarlos donde corresponde. En la imaginación y en la novela, y no fuera de allí, donde corrían riesgo de ser vistos, e incomprendidos. Donde corrían riesgo sus vidas, aún antes de nacer, como el bebé que perdimos ahora con Ámbar, a quien no pude proteger como a mis personajes, de este mundo lleno de obstáculos.
En mi libro hacía referencia a veces, a ciertas personas que había conocido, mucho o poco, pero cuyas historias me habían conmovido. No sé por qué le menciono esto, (o tal vez sí). Todas esas historias tenían un final inconcluso e injusto y habían ocupado mi mente durante largos años.
Como ya he dicho antes, abandoné el libro, por sentirme carente de talento y procedimientos para llevar adelante una buena obra literaria.
Tiempo después sentí la necesidad de rehacer mi vida, y quise volver a casarme y por qué no, tener mi primer hijo. Las circunstancias de la vida hicieron que la persona que estaba a mi lado no sintiera lo mismo, y la pareja si diluyó ante la primera adversidad, como era previsible, cuando los vínculos no son lo suficientemente sólidos.
Y cuando vuelve a mi mente la corbata, busco alguna excusa para acomodar mis finanzas y me la compro, o postergo finalmente alguna ineludible responsabilidad so pretexto de algún pariente enfermo, para cambiar los muebles de mi habitación. Quizás busque nuevamente el mail de Marta, para ver si acepta tomar un café. Pero no creo, debe de estar muy atareada la pobre.
Cada tanto reviso las fotos de mi hermano y mi padre. ¡Cuánto los extraño! No puedo entender cómo el tiempo se los llevó así, en tan poco tiempo y sin dar explicaciones. Escribo algunos borradores en su memoria. Cosas que no le muestro a nadie, solo son bocetos de lo que nunca sucederá.
El otro día me encontré en el banco con un amigo, Bueno, amigo es un decir, ya que me engañó con Marta. Estaba muy demacrado. Se ve que una terrible enfermedad lo estaría acosando, porque lo noté muy pálido y desmejorado. Estuve a punto de preguntarle cómo estaba, y si podía ofrecerle algo que le fuera necesario, pero en ese preciso momento el cajero me llamó y no pude preguntarle.
Así transcurren mis días, doctor. He dicho que desde hace unos años soy reparador. Intento reparar el pasado, reconciliarme con una historia con la que nunca me he enemistado, sino alejado. No puedo odiar, no dejo de amar, no dejo de manejarme a mi antojo cuando siento que las cosas quedan sin resolver, y como aparentemente todo en la vida queda sin resolver he decidido que me dedicaré a morir sin cuentas pendientes. Claro que no es a Marta a la única persona que he amado. Por cierto que no es Santiago el único amigo que me ha traicionado (otros lo han hecho de diferente manera, no tan evidente ni dolorosa), manifiesto es que he sufrido el abandono de mi padre y aún en su lecho de muerte lo he cuidado con el amor de un hijo que jamás reprocharía nada. Miro sus fotos y le amo, como si con aquello pudiéramos recuperar el tiempo que no me dejó disfrutar a su lado. De alguna manera lo redime ahora en mi interior, cuando solazo los escasos momentos en los que me deleité con su compañía.
A mi hermano casi no le conocí, y puedo admitir que poseía innumerables errores. Que ya no importan, porque en mi memoria nada queda inalterablemente grabado de las faltas de mi prójimo.
Y así remuevo y una y otra vez las cenizas de mi pasado, y descubro dentro joyas preciosas de inalterable belleza, y reconstruyo una y otra vez, recobro una y mil veces todo aquello que me devuelva la calma, y me permita salir de este confuso presente, que algún día será un pasado por redimir. Sé que en un tiempo volveremos a intentar, con Ámbar, dar a luz al hijo que esta vez no pudo ser. Aunque sé que no será el mismo, sé que concluirá por darme la saciedad que no encuentro al recomponer el pasado.
Si bien es cierto que un hijo es presente y es futuro, también es cierto que no seré como mi padre, le daré amor y le permitiré pasar largas horas a mi lado. El tiempo. Las horas que van y vienen, pero el tiempo. ¿Cómo es que las horas pueden ir y venir y sin embargo el tiempo no volver? Si es que yo siento que vuelve en cada perdón que anhelo entre mis sueños, en cada “lo siento” pronunciado por mi boca, en cada historia inconclusa de mi libro, a la cual agrego algún ficticio aunque redentor final que intenta liberar a los seres no imaginados, que conformaron parte de lo real que circundaba la historia, que daba luz a mis musas. Si mi única manera de “dar a luz” por el momento son mis cuentos, en los que el tiempo vuelve acariciándome la cara como una simple y tibia brisa. El tiempo que no pude borrar con el suicidio, recomponiéndolo al fin con la confesión y la bendición del sacerdote, y el perdón de Dios, que me devuelve a la hora cero, anterior a mi anhelo de muerte. ¿Cómo pensar en la muerte cuando sin saberlo Ámbar y yo estábamos tan cercanos a dar vida? ¿Cómo recupera el tiempo el niño que no pudo ser? No llegó a ser, por tanto al no llegar no habrá perdido y de allí que no tenga que devolverme su ausencia. ¡Cuánto lo deseaba! Quizás él hubiera sido el motivo por el cual yo abandonara mi carrera de restaurador. ¡Por él me hubiera dedicado a otra cosa!
¿Usted que dice doctor? ¿Me conviene dedicarme a otra cosa? O espero a que el tiempo, aquel que todo lo convierte, acabe por convertirme a mí, en juguete de su destino, y algún Dios piadoso se acuerde de mi existencia y se disponga a sacarme de esta cinta de Moebius en la que me ha sumergido? ¿Le dije que me preocupa el tiempo doctor? Quizás no alcance toda una vida para recomponer todo lo roto. Quizás la muerte hubiera sido lo mejor, aunque Dios sabe por qué me devolvió a la rueda. El tiempo...¿le dije que soy restaurador? Comenzaré por el principio, así que lo más coherente sería que me ordene y le explique los hechos paso a paso ¿no es cierto? Pues bien. Permítame que me presente: Mi nombre es Daniel Castelar, y soy restaurador desde hace unos años. Tengo actualmente 42 años. Estoy en pareja desde hace unos meses. Voy enamorándome de ella poco a poco, a pesar de la aparente velocidad con la que vivimos y la profunda entrega que se ha producido entre nosotros, y puedo decir esta vez que mi corazón actúa con la cautela necesaria y va dejándose llevar sin pausa pero sin prisa. Hace unos días perdimos un hijo.
Mucha gente cree que mi obrar es caprichoso. A simple vista no, si quienes me juzgan por las apariencias pudieran ver que no hay nada de azaroso (aunque sí de impulsivo) en mi accionar, comprendería que no hay capricho, sino algún enmiendo, una rotura por resarcir.
Un hijo...yo también fui hijo, pero mi padre no me perdió, yo estoy ahora junto a él, cuando miro sus fotos y solazo los escasos momentos en los que me deleité con su compañía.
¿Espero a que el tiempo, aquel que todo lo convierte, acabe por convertirme a mí, en juguete de su destino, y algún Dios piadoso se acuerde de mi existencia y se disponga a sacarme de esta cinta de Moebius en la que me ha sumergido? ¿Le he dicho que soy reparador? ¿Qué es el tiempo, doctor? Permítame presentarme, mi nombre es Daniel Castelar...

domingo, 29 de mayo de 2011

El sexto día




Tu mudo recuerdo me representa al toro,
sincretismo entre Adán y condición humana.
Bestia ineludible de nuestros crímenes de otoño,
uva de niebla, destrozas tus ojos como perros apagados.

La madurez insigne de los muertos que se olvidan,
me prefiguran la suerte de tu apetencia de muerte,
de la manzana en tu boca, tristeza en tu alegría,
del aire de vuestro ayer junto a las flores grises,
y de aquel árbol de sangre que llena de cristales esta herida.

Te has vuelto niño de luz, hoy tu doble latir en la mejilla,
te vuelve mudo recuerdo, como tantos muertos que se olvidan.


Consigna de trabajo a cargo del Instituto E Mallea