domingo, 18 de diciembre de 2016

¿Qué dirá el silencio, cuando sin quererlo nos dice tantas cosas? Algunos silencios se parecen a la calma que precede a la tormenta. Hasta traen cierto olor a tierra mojada, y van, de a poquito, levantando viento y revolviéndome el pelo. El pulso se acelera, los latidos se escuchan -me escuchan latir- desde dentro, y el silencio que murmura. Y dice tantas cosas que hasta casi podría decir que grita; pero no es otra cosa más -ni menos- que silencio... Confuso y claroscuro, silencio.
Y hay que esperar, hasta que se anime a pronunciar siquiera, una sílaba, un atisbo; para contradecirme, o despeñar una lágrima escondida en ese recóndito lugar de niña, que aún le teme.
Le teme al sonido que infiero, de la palabra apagada de sus labios de coraza. Le temo a mi propio silencio, cuando no puedo más que vertir por escrito, lo que no me es posible plasmar en la voz. No me preocupa EL SILENCIO. El problema es que el mismo, lleve como pronombre un NOSOTROS, y un verbo sin conjugar.

sábado, 1 de octubre de 2016

Ver usuarios en línea

Te despiertas por la mañana. Apagas el despertador con el mismo fastidio con el que todas las mañanas realizas el mismo ritual que tanto desprecias. Lo aplazas quince minutos más (como si de ese modo pudieras descansar un porcentaje de sueño imprescindible para comenzar el día) y te adormeces al apoyar la cabeza nuevamente en la almohada.
La alarma vuelve a sonar y esta vez la apagas con cierta molestia oliente a resignación. Te incorporas en la cama. Sientes una mano en la espalda que - como si quisiera consolarte mientras sabes que va a seguir durmiendo - te acaricia y no puedes evitar un dejo de envidia.
Intentas dirigirte hacia el baño, pero notas una bruma en el aire que te impide ver. Crees que tu vista está nublada por el sueño y te restregas los ojos. Vuelves a mirar la habitación y, nada... sólo bruma.
La despiertas; pero ella duerme pesada y plácidamente. Miras a tu alrededor y no puedes ver. Notas (no sin una pizca de desesperación) que una espesa niebla cubre la habitación.
Buscas la forma de ir a tientas hasta la puerta. Tienes un vago recuerdo (nunca antes has debido pasar por una experiencia similar) de dónde están los muebles; así que puedes esquivarlos casi con facilidad, aunque chocándote algún que otro borde. Sigues caminando con la esperanza de llegar hasta la puerta del balcón; pero no puedes ver. La visibilidad dentro de tu propio cuarto es casi nula.
Intentas coger el teléfono y marcar. Llamando... (nada).
Vuelves a tu cuarto (un poco más preocupado que antes) y levantas la voz como para que ella te escuche; pero parece estar demasiado dormida, porque nuevamente estira su mano y te devuelve una caricia ,sin articular palabra. Piensas entonces en prender la TV.
Si habitualmente pierdes el control remoto éste no ha de ser precisamente el mejor día para encontrarlo. Desistes toda idea de búsqueda y te diriges al ordenador. No sabés cómo ni de qué manera, pero la silla está allí y la encuentras fácilmante y sin tropiezos. Inicias sistema... obtienes rápidamente, señal para conectarte sin inconveniente alguno y buscas dar con una red social que te permita ver usuarios en línea.
Te concentras en tu tarea y por unos instantes te olvidas de la bruma. Lo consigues. Finalmente hallas acceso a una red social y allí encuentras a tus contactos online. Algo te distrae. Inicias conversación con tu amigo del colegio secundario quien te invita a una próxima reunión de egresados promoción 1992.
Te dejas llevar. Te arrastras por ese espeso sopor que te envuelve lentamente y te quedas horas, sumergido en la conversación de chat.
Han pasado demasiadas horas y apenas si recuerdas su mano y el reloj despertador. No te inquietas. Nada altera tus nervios. El tiempo no ha transcurrido en tu espacio. Decides faltar a tus obligaciones de ese día. Te sientes cansado. Tu visión está llorosa de tantas horas que has pasado frente al monitor. Buscas la forma de llegar hasta la cama.
Tanteas, te acercas... la niebla se ha vuelto más espesa: no te permite ver la hora en tu reloj.
Sabes que ella está allí porque escuchas su respiración. Por un instante se te ocurre la absurda idea de que bien podría no ser ella quien esté a tu lado. No puedes verla. Su mano ya no te acaricia. Te acuestas y rozas su espalda; pero no puedes ver tampoco a tan corta distancia. Te acercas a su rostro. Sólo sientes el calor tibio de su respiración. Sabes que está allí. Te tranquilizas. No estás solo.
No puedes dormir. No consigues conciliar el sueño. No importa la bruma ni quién está a tu lado. Sabes que tus amigos están allí, y la idea te reconforta. Te acercas como puedes (la niebla sigue aumentando) hasta el ordenador que ha quedado encendido. No puedes ver con claridad la pantalla, pero activas la función para disminuídos visuales y una voz te lee lo que otras personas escriben. No te atreves a preguntar si la niebla ha llegado a sus casas. Sólo escribes a tientas y una voz mecánica reproduce lo que has acabado de escribir. Pulsas ENTER y publicas: “Gracias a ustedes, por estar allí, del otro lado”

viernes, 16 de septiembre de 2016

Porciones del mundo

Cuando los estímulos externos desaparecen, nos necesitamos. Será entonces que ha de haber una porción de mundo que agoniza cada noche, en el preciso momento en el que abrasa la hora de dormir.
Y nos despertamos juntos. Mágica y certeramente juntos, hasta subsumirnos nuevamente en la vorágine del día; para reencontramos por las noches, cuando el mundo se da el lujo de morir para nosotros. Y así nacemos cuando él muere, y morimos un poco al separarnos cada vez. Si tan sólo pudiera -por un instante- sé que retardaría al sol y habitaría en tus brazos profanando al destino.
Y acuñaría en mi alma aquellos escasos e infinitos instantes de gloria: nuestro más preciado tesoro, el que renueva nuestros dones. Dulces oasis de felicidad, efímera e inmarcesible.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Deshojando palabras

Pasa el tiempo y voy quedándome solo; pero no solo con respecto a lo que me rodea, sino solo de mí mismo. Solo de cuanto alguna vez tuve de joven, de alegre, de futuro (me queda cada vez menos), del canto de los pájaros, de aquella infancia propia y ajena.
Soy adulto. Eché raíces, coseché mis frutos; hasta podría decir que no desperdicié ni un segundo. Sorbí toda el agua que creí. Resistí tempestades de forma tal que tantos otros no han podido soportarlo.
No he dado semilla. No hay otro como yo… quién sabe por qué.
Todos dicen que soy fuerte, porque pude resistir la embestida de los vientos.
Ha de llegar la primavera y mis nuevos brotes se resisten a crecer. Mi savia se ha vuelto lágrima y me deshojo de a poco.
Mi tronco aún está verde, pero siento resentirse mis raíces, resquebrajarse mis ramas, desvanecerse mis incipientes brotes. Siento que se reseca mi cuerpo y mi savia, - ya lo he dicho- llora.
Ya no soporto el peso y dejo caer mis rama y espero un viento redentor que al fin me doblegue. No quisiera que otros árboles lo supieran. Es mi mayor y más preciado secreto. Y me deshojo en palabras, y en cada sílaba muero cada vez, en que me alejo de mí.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Mucho más que cuerpos


Cuando te doy mi cuerpo, te estoy dando toda mi historia personal envuelta en piel. Entreabro una puerta y dejo ver las huellas que dejaron batallas que supieron ser amores, intentos fallidos depositados en confianza equívoca, el miedo latente de encontrarme atravesada por un nuevo fracaso y hasta mi vulnerabilidad (con o sin luz da igual cuando la verdadera entrega queda expuesta ante los ojos de quien sabe mirar). Y sé que sabés mirar…
Te doy esa parte de mí que aún cree, mi promesa elidida (sobre mil verbos que ni siquiera imaginamos), mis fantasmas refrenándose para dar lugar a la belleza del encuentro, mi pulsión de vida, mi esbozo de caricia tierna y temerosa que siente la inmensa necesidad de encallar definitivamente en algún “puerto de afecto” que le resulte seguro.
Y es que no es poca cosa esta entrega, que para muchos es sólo entre cuerpos. Nunca pude (ni podré) verlo de ese modo, porque con el mismo cuerpo sueño, respiro, soy arte y soy risa, pude ser llanto, calor o indiferencia, amor, distancia o fin. Porque en alguna parte (¿cuál será?) llevo un alma, que no se escinde al besarte ni al desnudarnos, y con ella te acaricio, te pido un abrazo y me duermo en tu hombro de arrullo. Y entre sueños me permito volver a vernos con ojos de niños -dura sólo un instante- y me encuentro con la maravilla intacta (pero temerosa) de no haber perdido aún, mis ojos de ver “como por primera vez”. Y te ofrendo secretamente, mis silenciosas sensaciones de niña-mujer (y viceversa).
Y se abre un nuevo mundo en cada vez, y un beso es mucho más que un beso… y en verdad siento que por delante de mí se escapa sin haberlo consentirlo, mi parte esencial (y la apariencia se desvanece para quien sabe mirar). Y sé que sabés mirar...
De a poco vas incitándome y me sumo a tu juego con ojos cerrados, y aunque sé que -a diferencia mía- los tenés abiertos, (entiendo que ese hecho aparentemente insignificante, dice mucho más de lo que nosotros mismos ponemos en palabras), siento que cuánto más cierro mis ojos, más abiertos y desnudos están, reflejándose en tu mirada encendida, de la manera más diáfana.
Y acaricio tu cuerpo, te beso, me fascino con tus labios e intento encontrarme verdaderamente con/en vos, trascendiendo la materia. Y mientras tanto, tropiezo con tu historia silenciosa y tus viejas heridas, con “lo no dicho” que denota infinitamente más que mil palabras, el lenguaje de tus gestos corporales de aparente entrega, e intento dulcemente que dejes salir a ese hombre-niño que también se asombra ante la belleza, y comprende a la perfección que somos mucho más que cuerpos deleitándose en un juego superficial, demencialmente danzando sin sentir más -ni menos- que sólo sexo. Y no busco convencerte. Y no hay palabras. Y el silencio y el tiempo serán únicos testigos de dos que se encontraron, y quizás hayan sabido que hay algo mejor que mirar: verse.

sábado, 5 de marzo de 2016

Dormida


Dormida

Ser de barro, ingenuamente,
de mármol impenetrable
esculpir sensaciones, sentimientos,
darle forma a la emoción.
Lágrimas sin sal,
llanto sin nombre.
Huír del desierto,
buscar consuelo inalcazable,
dejarse vencer,
remontar.
Alzar el vuelo
con tu mirada pidiéndome auxilio.
Sin miedo
te extingues,
recuerdas,
olvidas,
guardas secretos
en tu universo pequeño que atesoras,
(aquél que siempre nos separó
y hoy te salva)
poniéndote a resguardo de la mentira
con tu más cruda verdad.
Y despliegas tus alas
definitivamente decidida para emprender el Viaje.
Y yo aquí, mirándome en tu espejo
empañado,
que me nombra.

viernes, 12 de febrero de 2016

La virginidad de los temores



Cuando se vieron a los ojos, sintieron una perturbación inconfundiblemente cierta. Se supieron solos en este mundo, como todos lo estamos aunque nos acompañe un otro. Su soledad no terminaba de ser ni genuinamente precisa, ni figurada; y aún en medio del orden (ese que no se diferencia tanto del caos) se reconocieron cuerdamente acompañados y conducidos por lo inefable. Misterio insondeable fue el por qué.
La fascinación les resultó ajena, (¿habría de ser esa, la palabra?) el hechizo inexplicable de dos que se encuentran resplandecientes ante el soborno incorruptible de la caricia los destinó donde -sin saberlo- quisieron ir. La ternura, que encendió una nueva pasión callada, capitaneó las horas poblada por besos casi infernales; y esa tentación irrefrenable que no encontró un verbo audaz entre sus cuerpos, se adueñó de la Historia.
Extraordinaria coincidencia que sólo puede acarrear un melancólico desenlace, ese que suele rescindir historias de amor de las que hieren el ego de algún ser que no participa de lo que no posee.
Se desvanecieron ante la contemplación de aquellos dos que sólo pueden habitarse en esa entrega mutua, las inextricables caricias dotadas de una felicidad inigualablemente propia; pero ambicionada por sus pares sin existencia. La efímera y cándida utopía de pretender abarcar la inmensidad de un sentimiento que los traspasa, los marcó a fuego.
Nunca descifraron si el amor les fue otorgado como un don o un escarmiento, por saberlo saborear con alma y piel.
Lo cierto es que nada tan maduro puede ser eterno si no es por designio y bajo el consentimiento de algún Dios; y vaya a saber por qué motivo – propio o ajeno – terminaron decidiéndose a ser dos en uno, por primera e inequívoca vez. Hicieron el amor (innegablemente lo hicieron) y la totalidad les fue absoluta. Extraño pecado aquel de amarse haciéndose a sí mismos como si la existencia les hubiera sido dada a partir de entonces y sólo para sí.
No hubo dedicatorias. Ambos llegaron a intuir que no existía algo más genuino que esa gracia otorgada, ni más motivo para vivenciarla que el de la ofrenda mutua y el deleite. Encontraron en el otro, el más hermoso de los absolutos.
Los enjuiciadores dicen que ella no pudo no sucumbir ante la extravagancia, y que fue la causante de todo lo que sucedió posteriormente. Existe aún quien se cuestiona si ésta es una verdad irrefutable o una justificación de la que se sirvieron durante mucho tiempo para atemorizar a quienes le dieron lugar al miedo (alimentando de este modo el poder de tantos otros). Pero el amor desconoce la cobardía, y ella debió acarrear con el peso eterno de haber perdido la virginidad de los temores y de la historia.
Dos hermosos hijos continuaron su karma. Sólo uno quedó para contar con cuánto amor fue engendrado; pero no encontró ni una palabra para medir aquello que por resolución nunca le otorgaron. El amor fue tanto, que la osadía que tuvieron sus progenitores no importó al Juez, ni contempló siquiera la posibilidad de que fuera mentira que tanta belleza, pudiera caber en una simple manzana mordida.

martes, 26 de enero de 2016

MUJERES SAVIA

Es posible ir caminando un día, por una calle cualquiera, y sin pretenderlo tropezarse con una flor como en cualquier otro momento hubieras tropezado con una piedra. La mirás, le sonreís, la tomás entre tus manos, y la integrás a tu vida y a tu pensamiento (así de simple).
Hay flores y flores, claro está. Hay unas a las que bien podría llamársele “la maravilla”; porque te enseñan con cada hoja que pierden, con cada brotecito que nace, con cada pétalo que asoman. Y mágica, misteriosamente, te alimentan y te impulsan a alimentarlas; porque cuando una flor golpea tu puerta es para que la cuides, y te dejes acariciar por su perfume.
Puedo verlas. Están allí. Las siento cerca.
Son mujeres con extraños códigos. Mujeres de acero, de cenizas, arena, viento y lágrima. Mujeres que renacen y te invitan a renacer. Mujeres melodía… Mujeres clepsidra...
No son flores corrientes. Son flores silvestres que provocan toda clase encontrada de sensaciones y pensamientos (de los más diversos), y que tienen la extrañeza de no cuajar en este loco mundo.
Cuando las veas, si atinas a reconocer su esencia de flor sabia (savia femenina), si por esas casualidades te las cruzas; confía en tu instinto y déjalas echar raíces a tu lado. Porque sólo echando raíces consiguen levantar vuelo.



miércoles, 20 de enero de 2016

Desandares

Lágrimas como dagas,
olvidos repletos de despertares,
noches insomnes dedicando pensamientos
esparcidos por la nada.
Anhelos equivocados,
silencios como palabras...
No importa si me escuchas.
Es tan doloroso el llanto
como lo fue aquél oasis de alegría.

martes, 19 de enero de 2016

Abecediendo

Abecediendo

Antaño buscaba caminos de entrega,
fulgores genuinos,
historias intensas,
jamáses karmáticos,
lunas llenas mirándome…

Naderías ñengas,
obsecuentes pregones queriendo rozar
sábanas tristes,
uniéndome vanamente, wagnerianamente,
xántica y zabordándote.