domingo, 20 de junio de 2010

RESTOS DE VIDA (a mi padre)


Llamaron de la oficina central para avisarme que el martes por la mañana debería presentarme sin falta, a las siete treinta a.m para cumplir con el plazo convenido.
Me presenté sin lugar a dudas,pero con todo el miedo (a las consecuencias posteriores) y las expectativas que despertaban dicha situación. Aboné el timbrado, y me condujeron hacia el lugar en el que se fijaría, finalmente, lo pactado.
La mañana era gris. La llovizna, teñía el tiempo psicológico, de un gris aún más oscuro. Reconocí aquel sentimiento como familiar, aún cuando nunca había tenido que atravesar por situación similar.
Temor, curiosidad, tristeza, búsqueda de protección, anhelo de respuestas que seguramente no encontraría por más que se abriera lo que se abriera.
Lo que fuera que buscaba no estaría allí, y no obstante, algo me empujaba a desenterrar mi anhelo de respuestas.
Años de preguntas sin responder, (indagando inclusive en otras personas), una vida atestada de incertidumbre transfigurada en sentido del humor, en ironía del destino, en fracasos en apariencia inexplicables, en autoboicots que permanentemente deshacían (como años atrás, otros, habrían hecho), mi propia felicidad.
¿Qué buscaba allí, precisamente allí?
Los empleados comenzaron a cavar. Pensé que la situación iba a entristecerme aún más, y que encontraría intactas aquellas cosas que la memoria no borra, a fuerzas de no perder lo que nos pertenece, o a fuerzas de no dejar de pertenecer a lo que no podemos olvidar.
Pero me encontré con que nada era como yo lo imaginaba. Si bien alrededor nuestro, otras personas transitaban el mismo escenario, pude comprender que el estado de mis circunstancias era diferente.
Nada era como me habían dicho, ni como yo esperaba.
Inexplicablemente, no encontramos restos en su tumba. Sólo quedaban rastros de mi amor.