viernes, 12 de febrero de 2016

La virginidad de los temores



Cuando se vieron a los ojos, sintieron una perturbación inconfundiblemente cierta. Se supieron solos en este mundo, como todos lo estamos aunque nos acompañe un otro. Su soledad no terminaba de ser ni genuinamente precisa, ni figurada; y aún en medio del orden (ese que no se diferencia tanto del caos) se reconocieron cuerdamente acompañados y conducidos por lo inefable. Misterio insondeable fue el por qué.
La fascinación les resultó ajena, (¿habría de ser esa, la palabra?) el hechizo inexplicable de dos que se encuentran resplandecientes ante el soborno incorruptible de la caricia los destinó donde -sin saberlo- quisieron ir. La ternura, que encendió una nueva pasión callada, capitaneó las horas poblada por besos casi infernales; y esa tentación irrefrenable que no encontró un verbo audaz entre sus cuerpos, se adueñó de la Historia.
Extraordinaria coincidencia que sólo puede acarrear un melancólico desenlace, ese que suele rescindir historias de amor de las que hieren el ego de algún ser que no participa de lo que no posee.
Se desvanecieron ante la contemplación de aquellos dos que sólo pueden habitarse en esa entrega mutua, las inextricables caricias dotadas de una felicidad inigualablemente propia; pero ambicionada por sus pares sin existencia. La efímera y cándida utopía de pretender abarcar la inmensidad de un sentimiento que los traspasa, los marcó a fuego.
Nunca descifraron si el amor les fue otorgado como un don o un escarmiento, por saberlo saborear con alma y piel.
Lo cierto es que nada tan maduro puede ser eterno si no es por designio y bajo el consentimiento de algún Dios; y vaya a saber por qué motivo – propio o ajeno – terminaron decidiéndose a ser dos en uno, por primera e inequívoca vez. Hicieron el amor (innegablemente lo hicieron) y la totalidad les fue absoluta. Extraño pecado aquel de amarse haciéndose a sí mismos como si la existencia les hubiera sido dada a partir de entonces y sólo para sí.
No hubo dedicatorias. Ambos llegaron a intuir que no existía algo más genuino que esa gracia otorgada, ni más motivo para vivenciarla que el de la ofrenda mutua y el deleite. Encontraron en el otro, el más hermoso de los absolutos.
Los enjuiciadores dicen que ella no pudo no sucumbir ante la extravagancia, y que fue la causante de todo lo que sucedió posteriormente. Existe aún quien se cuestiona si ésta es una verdad irrefutable o una justificación de la que se sirvieron durante mucho tiempo para atemorizar a quienes le dieron lugar al miedo (alimentando de este modo el poder de tantos otros). Pero el amor desconoce la cobardía, y ella debió acarrear con el peso eterno de haber perdido la virginidad de los temores y de la historia.
Dos hermosos hijos continuaron su karma. Sólo uno quedó para contar con cuánto amor fue engendrado; pero no encontró ni una palabra para medir aquello que por resolución nunca le otorgaron. El amor fue tanto, que la osadía que tuvieron sus progenitores no importó al Juez, ni contempló siquiera la posibilidad de que fuera mentira que tanta belleza, pudiera caber en una simple manzana mordida.