martes, 26 de enero de 2010

El argonauta (Cartas III)


“Navega mi barca, navega a porfía, navega de noche, navega de día”



Caminó sin rumbo durante muchas horas, perdido en sus pensamientos.
Conocía la ciudad, y sin embargo transitaba doblando azarosamente en una esquina, cortaba por diagonales, atravesaba puentes. Ni él sabía hacia dónde se dirigía.
Después del anuncio sobre la muerte de su padre su única reacción había sido salir intempestuosamente a caminar.
No podía pensar, mucho menos llorar o expresar con palabras sus sentimientos.
Colgó el tubo del teléfono, dejó a Gabriela con los chicos sin decir una palabra y arremetió su marcha impróvida.
Habiendo caminado cerca de tres horas, hubo de llamarle la atención un muchacho que tarareaba una canción, acostado en un banco de una plaza, cubierto del frío mediante algunas hojas de periódico amarillentas.
Pensó que tal vez aquella sería su frazada desde hacía ya mucho tiempo (debido al color de las hojas). ¿Sería en verdad tan pobre que siquiera podía conseguir diarios del día anterior? ¿Realmente importaba si era viejo o nuevo el diario? ¿Abrigarían mejor si fueran nuevas? ¿Le importarían todas estas preguntas a aquél muchacho?
- Buenas noches, saludó David. ¿Duermes aquí todas las noches?
- No, contestó el joven, todas las noches elijo una plaza distinta, y cuando ya las conozco a todas, cambio de ciudad y de rumbo.
- ¿Cambias de ciudad cada vez que conoces todas las plazas? ¿Y con qué dinero te mudas a otra ciudad?
- Con el que tengo en la billetera- contestó sin inmutarse.
- ¿Posees dinero? ¿Y por qué vives de éste modo?
- ¿Cómo te llamas?
- David ¿Y tú?
- Manuel.- Y le estrechó la mano- ¿Qué haces tú aquí en esta plaza esta noche?
- Camino a la deriva tras recibir una noticia.
- ¿Caminas escapando de ella? Nunca podrás huirle
- No huyo, ni siquiera he pensado por qué camino. No he tenido tiempo de pensar.
- A veces es bueno no pensar.
- ¿Y tú? ¿De qué te escondes?
- Tal vez de lo mismo que tú
- ¿Y cómo sabes sobre mí?
- Se ha muerto tu padre ¿verdad?
- ¿Cómo lo sabes?
- Eso no importa, lo cierto es que has venido a dar aquí, a éste banco de plaza y ahora charlas conmigo sobre estas cuestiones.
- ¿cómo puedes vivir de éste modo?
- De la misma manera en que tú has caminado todas estas calles. Sin pensarlo, sin desearlo, solo dejándome llevar por el indeliberado camino.
- Pero tienes dinero ¿por qué no duermes en un hotel?
- Porque no es un techo lo que me dará lo que anhelo.
- ¿Y qué anhelas?
- Conocer
- ¿Conocer qué cosa?
- Conocer ciudades, personas, historias de vida.
- ¿Y para qué?
- Para aprender de ellas
- ¿Y realizas el sacrificio de dormir en un banco de plaza cubierto con unos viejos diarios solamente para conocer?
- ¿Si me hubieras conocido en el hall de un hotel te hubieras acercado hacia mí?
- No, seguramente no, salvo si necesitara un cigarrillo
- ¿Quieres uno? Aquí tienes.
- ¿Tienes cigarros?
- Y no estoy en el hall de un hotel. ¿Lo ves? Las cosas ocurren de la manera más impensada y sencilla.
- ¿Y hace cuánto que haces esto?
- Desde que murió mi padre
- ¿Y cuántas ciudades has recorrido?
- Ya no lo recuerdo
- ¿Tenías una casa, esposa, hijos?
- No, no los tengo. Mi padre los mató
- Disculpa, no quería preguntar eso, pensé que, como yo, habías salido dejando a tus seres queridos en tu hogar.
- Sí, salí a caminar un día dejando a mis seres queridos, junto con mi padre. Y cuando regresé, él los había apuñalado a todos.
- ¿Por qué?
- Nunca lo supe
- Entonces tú has vengado la muerte de aquellos asesinando a tu padre y ahora huyes de la justicia.
- No, viví en aquella casa e interné a mi padre en un psiquiátrico hasta el día en que el teléfono sonó, y me avisaron que había fallecido de un infarto.
- ¿Entonces?
- Desde entonces llevo esta vida errante.
- ¿Buscas la respuesta a su criminal actitud?
- No.
- ¿Y qué buscas?
- ¿Y tú qué buscas?
- Ya te he dicho. No lo he pensado. ¿Nunca te ha ocurrido nada en las calles?
- A mí no. Pero mientras yo caminaba por las calles le ocurría a mi familia.
- ¿Y te culpas por ello?
- No. Solo voy en búsqueda de lo desconocido. Salir en búsqueda de lo desconocido implica correr riesgos. Desde ese día no hago otra cosa que buscar riesgos, o conocer personas y lugares, buscando riesgos. Ansío peligros, para afrontarlos.
- ¿Ansías peligros como un desafío? ¿Es que te has vuelto loco?
- No. Es que tengo muchas ganas de crecer.
- ¿A tan alto precio?
- Es muy bajo, no lo creas. Siempre hay algo que se adquiere y mucho que se pierde. De este modo tengo mucho por adquirir y poco por perder.
- ¿No temes por tu vida?
- Nada tengo que perder- dijo. Mientras acomodaba los diarios y se quedaba dormido.

David siguió caminando. Ahora pensando en Manuel, y en su historia de vida, en su extraña manera de resolver su conflicto, o de – mejor dicho- evadirlo.
No podía pensar en su propia historia, siquiera podía concebir el más mínimo sentimiento de angustia. Estaba ciego, pero no para el afuera, estaba ciego para mirar hacia adentro.
Una prostituta que esperaba clientela en una esquina le pidió un cigarro.
David le obsequió el que le había dado Manuel.
-¿Quieres poseerme? – dijo la mujer de los labios excesivamente rojos.
- No busco sexo, sólo caminaba por aquí- contestó.
- Ya sé que no buscas sexo. Ni tú sabes lo que buscas. El viento y las olas siempre van a favor de quien sabe navegar.
- ¿Por qué me has dicho eso?
- Porque es lo que mi corazón dictó que te dijera. Ven a mi habitación, no te cobro, mi pago es éste cigarro.

Unos metros adelante estaba el departamento de la muchacha. David le despintó los labios con los dedos. Luego la besó. Sintió como si nunca antes hubiera besado. Luego encendió la luz. Era muy joven y bella. Su departamento estaba cálidamente decorado y no parecía estar teniendo ninguna necesidad económica.
-¿Por qué trabajas de esto?- preguntó David
- Ahora no hables, murmuró a su oído.

Le quitó la ropa y lo besó dulcemente por todo el cuerpo, hasta conseguir derramar su savia y conducirlo a aquel dulce letargo. David durmió entre sus piernas. Al despertar, quiso pagarle pero ella no quiso aceptar. Antes de irse, lo despidió dulcemente con un beso en la frente, y con lágrimas en los ojos le advirtió:
- La verdad se impone; la intuición no engaña. Ordena tus pensamientos, medita sobre tus actos.

Ya era de día. Pensó en el funeral, en el cuerpo de su padre en el cajón, en las lágrimas de Gabriela, en la confusión de los niños, y nuevamente en la muerte de su padre, y en el teléfono azul, la llamada…
Recordó a Manuel, quiso volver a la plaza para preguntarle cómo sabía que su padre también había muerto. Pero no lo encontró.
Se decidió a volver a su casa. Caminando lentamente, desandó las calles que otrora había caminado sin pensar.
No le costó volver. Algo en su memoria le hacía regresar como si conociera el camino desde tiempo inmemorial.
Al entrar, notó que la puerta estaba abierta. Y recordó las lágrimas de Gabriela, la confusión en la mirada de los niños, y a su padre agonizando finalmente, tras la descarga enérgica de su ira sobre sus cuerpos inocentes.
Y recordó la nada que vino después, y la ambulancia, la policía y los peritos. Su estrategia armada por el abogado, su libertad y aquel llamado, y el teléfono azul y la ceguera que le impedía ver en su interior, y su negada afectación, y las lágrimas de Gabriela, y la mirada confusa de los niños, y el teléfono azul, y Manuel, y pensó en ella y en su forma de besar. Y el revolver gatillando en su sien. El ruido del disparo, y las lágrimas de Gabrie… … …