sábado, 14 de abril de 2012

Cromos ¿o más?

Nunca tuve problemas de vista, aunque debo reconocer que tuve demasiadas limitaciones para ver cosas que ocurrían cotidianamente a mi alrededor; no obstante esta mañana me levanté con una extraña sensación en los ojos (suelo echarme cargos, existe la posibilidad de que la realidad haya cambiado y mis pupilas estén viendo lo correcto, pero eso no lo podré comprobar hasta que no llegue a mi trabajo y consiga consultar el hecho con alguien más, o alguna circunstancia exterior me lo compruebe).
¿Por qué será que desconfío tanto de mi percepción sobre la realidad? ¿Por qué necesito de una segunda, y hasta quizás una tercera opinión, no conformándome con la certeza con la que cualquier otra persona dictaminaría la irreductible sentencia que caería con todo el peso inescrutable de la verdad absoluta?
La noche anterior había tenido un extraño sueño (o quizás no): un insólito mensaje de texto me despertaba (o despertó, la conjugación verbal variaría – o varía – en caso de ser fehaciente o no) con un enigmático contenido acerca de determinados cambios en mi entorno laboral. Los roles de todos los trabajadores se encontraban prácticamente indefinidos, o (paradójicamente y entrando nuevamente en el terreno de la duda) más nítidos que nunca. Posiblemente el sueño (pesadilla o verdad) era un incipiente síntoma de cierta incubación de mi inexplicable padecimiento oftalmológico - pensé,
Me costó muchísimo llegar hasta el trabajo, Los cambios sobre los puntos de vista (¿o sobre los puntos para ver?) sumados al rumiar incesante de mis pensamientos me turbaron durante todo el recorrido,
Yo era un mero soldado. Uno más, entre otros tantos, No había aspirado a un cargo más elevado y posiblemente la movilidad social en la que me desenvolvía no me lo hubiera permitido.
Marqué tarjeta de horario y me aposté en mi puesto de trabajo, Para sorpresa mía todos los puestos habían sido “de algún modo modificados”. Llegar a la rutina laboral a veces reconforta en comodidad, y otras veces hastía en la tediosa monotonía de lo predecible; pero éste no fue el día.
Mi posición era la misma, pero no estaba igual, por lo tanto me sentí perdido en cuanto a mis tareas. Si cambia el entorno, es necesario acomodarse a las circunstancias; sin embargo al no ser avisados (o el mensaje de texto había sido real, o bien había sido premonitorio, me permito el beneficio – o perjuicio- de la duda) sobre las reformas, no teníamos la más mínima idea de cómo debíamos desenvolvernos,
No tuve más opción que romper el silencio y preguntar:
- Soldado II ¿usted también siente que hay algo diferente en el día de hoy?.
- En unas cuántos aspectos, Soldado I. Pero no sé si debería comentarlas con usted o mantenerlas en reserva, puesto que no sé si pertenecen a un aspecto privado o público,
- Caramba – comenté– me encuentro en la misma encrucijada. Pero como sé fehacientemente que soy una persona insegura creí que era algo que me ocurría solo a mí.
- Yo nunca he sido una persona insegura, contestó. Aguarde un instante.
Se colocó de espaldas hacia mí y no sé si fue un error de mi percepción o qué, pero pude notar que el uniforme en su espalda se tornaba del color opuesto. Paradójicamente, mi uniforme estaba también modificado en su coloración, pero en sentido contrario,
- Póngase también usted de espaldas hacia mí, me dijo. Sólo de ese modo podremos hablar “cara a cara”, sólo de ese modo habrá verdadera comunicación.
Obedecí sin comprender. Confesó entonces que había tenido la certeza de haber recibido una notificación por parte de un número desconocido, en la cual un breve mensaje de texto decía que los colores y las metodologías de trabajo iban a ser modificados. Si bien los puestos iban a ser físicamente los mismos, los cambios en la infraestructura modificarían también las reglas de convivencia y las tareas asignadas. Confesó también que aún no comprendía el alcance de aquella reforma.
Segundos más tarde se colocó de frente a mí, me dedicó una sonrisa leve y se mantuvo en silencio, apostado en su lugar.
Mis compañeros llegaron tarde (nunca lo habían hecho hasta entonces) y no realizaron comentario alguno, pero pude ver que los uniformes eran distintos. Los rostros de algunos eran de desconcierto, otros de absoluta conformidad y unos pocos dejaban traslucir su más absoluta discordancia.
No sabía si dialogar con los primeros o con los últimos. Opté por esperar.
Los caballos salieron autómatas de sus caballerizas y se colocaron en su lugar asignado. Pensé que corrían con la ventaja de no poder pensar ni hablar. Nuevamente sentí esa sensación de extrañez en mi vista, pero tampoco lo consulté con nadie.
Los rangos superiores no conversaban, no poseían expresión alguna en su rostro que delatara ni la más mínima sensación pero un clima de incomodidad anárquica se apoderaba de la jornada. Finalmente (e inexplicablemente) fuimos todos convocados hacia la torre para mantener una conversación con el Rey y su esposa, la Reina, por quienes todos guardábamos el más sincero afecto gracias a su infinita belleza y bondad.
También ellos vestían de forma diferente, La Reina, acostumbraba a vestir de blanco, conforme a su benévola personalidad, inexplicablemente vestía corset negro y falda blanca y gritó ante todos nosotros que a partir de ahora las cosas serían diferentes (conforme a los cambios que habían sido impuestos desde “arriba” y que todos debíamos acatar rigurosamente las órdenes, sin movernos ni un ápice de lo establecido en el presente y borrando toda huella del pasado),
Nadie dejaba en claro cuáles eran las nuevas órdenes, ni a quién obedecíamos, ni el por qué de las variaciones. Con un grito desacostumbrado para nuestros oídos nos obligó a retirarnos. Antes de salir de la sala, pude ver cómo se colocaba cabeza abajo y la expresión de su rostro entristecía, piadosa y conmovida con las novedades. Segundos más tarde, erguida sobre sus dos piernas recuperaba la severidad en su ceño y se desvanecía hasta llegar a la nada su mirada melancólica.
Volvimos a nuestros puestos (los cuales solo podíamos diferenciar porque conocíamos nuestra posición espacial con respecto a nuestros colegas; puesto que como ya expliqué anteriormente, nada estaba como antaño).
En otro tiempo hubiera sido antirreglamentario colocarme de espaldas al frente de combate, pero tuve la necesidad inexplicable de colocarme absurdamente de ese modo. No debe de haber sido tan absurdo, porque descubrí que de ese modo mi inseguridad se disipaba y entonces supe con certeza que los achaques que le adjudicaba a mi vista no eran un problema sino una evidencia. Todo estaba de distinto color y no padecía ninguna clase de daltonismo. Si por algo nos caracterizábamos era por los uniformes blancos, y en este preciso momento todos, absolutamente todos llevábamos uniformes con blanco, y negro. Incongruentemente algunos llevábamos mitad de un color y mitad de otro, pero no todos teníamos la misma mitad del mismo color. Algunos llevaban saco blanco y pantalón negro, otros pantalón blanco y saco negro, otros saco y pantalón negro si eran vistos de frente pero blanco si se los veía de espaldas, otros al revés y hasta inclusive se daban combinaciones extravagantes de mitades derecha e izquierda (de frente y/o inversa) de diferentes colores, o todo el uniforme blanco a excepción de una manga del saco, o el pantalón con piernas opuestas y hasta creo haber visto a alguien por ahí todo vestido de negro con sólo una pierna blanca. Las combinaciones eran infinitas. No había de algún modo ni dos iguales, ni dos opuestos. Cuando los uniformes eran opuestos, los rangos jerárquicos eran diferentes, por tanto invalidaba la contraposición.
Los puestos de combate que anteriormente estaban definidos por los colores, sufrían la misma transformación. Perdidos (algunos se animaban ahora a confesarlo, otros no lo harían nunca) no sabíamos muy bien cómo debíamos actuar en caso de ataque de las tropas invasoras.
Al cabo de un rato, la campanilla de alerta sonó y todos supimos que nuestro destino quedaría marcado para siempre en este extraño combate en el que nadie sabía muy bien cuál era la estrategia de defensa ni de ataque.
Enorme fue la sorpresa al descubrir que las tropas enemigas corrían con la misma suerte. No eran exactamente réplicas nuestras, puesto que las combinaciones eran prácticamente infinitas como para que coincidan con exactitud, por tanto las reformas invalidaban toda posibilidad de confrontar. ¿Cómo embestir si no es un enemigo y es meramente “un ser diferente”? ¿Cómo y hasta inclusive por qué debíamos combatir cuando ni siquiera los campos de acción y los motivos de la batalla estaban claramente delimitados? ¿Qué territorio defender?¿Quién o qué parte de sus reyes y los nuestros (¿o es que acaso ahora todos formábamos parte de un todo?) eran del todo una cosa u otra? ¿Cuál era ahora la definición de la palabra patriotismo, cuál ahora la concepción de la palabra límite?
Esta pregunta pude sólo contestarla cuando el alfil (no sabría decir con exactitud cuál de los cuatro) intentando hacer un movimiento en diagonal descubrió que ya no había diagonales ni caminos por recorrer en dirección a un punto establecido y en medio de la confusión me tumbó de espaldas.
Los caballos y las yeguas (también las hay, sólo que por una cuestión de género nunca se las mencionó como heroínas de grandes batallas ganadas) se apareaban sin distinción.
No quise interiorizarme sobre las relaciones interpersonales entre los matrimonios de la realeza (supongo que posiblemente haya sido porque los miraba de frente).
El Soldado II (de espaldas) me sugirió entonces que organizáramos un motín volviendo a desempeñar nuestros cargos de la manera en la que lo hacíamos antes,
- Es cierta la frase de que todo tiempo pasado fue mejor, dijo. Aquí todo es un caos, todos somos lo mismo, todos somos un poco parte del otro y carecemos de individualidad. No hay definición absoluta con respecto a nuestra identidad.
- De cara a sus espaldas contesté: ¿no será esa la verdadera condición del cambio?
No sé qué ocurrió después. Dudo que quien manejaba nuestros destinos haya escuchado la conversación. Si la escuchó o bien no la comprendió, no quiso compartir mi visión (válgame la ironía), o estaba en desacuerdo conmigo,
Fui arrojado con violencia en la caja de madera, junto con las demás piezas, y el tablero de lo que alguna vez fue nuestro ajedrez fue colocado encima nuestro como la tapa de un ataúd que se selló definitivamente sobre nuestras cabezas.
Aún esperamos a nuestro “Mesías”, que nos rescate del olvido, y regule las pautas de este extraño y nuevo juego en el que sin guerras ni rivales, cada cual se topa con su adversario en la cruda realidad de su interior. “La lucha no es nunca con el afuera, sino con el adentro”, alcancé a decir certeramente, boca abajo, antes de que la cajita sea guardada en el cajón.