sábado, 31 de enero de 2009

LA MUJER DEL MÉDICO (Ensayo sobre la ceguera, José de Saramago)

Menos mal que la pesadilla terminó. Aunque debería estar angustiada porque al juzgar por las apariencias soy la única en transitar solo el comienzo cuando los otros han llegado al fin.
Las apariencias fueron devastadoras en estos últimos tiempos. Menos mal que ya no estoy para verlas. ¡Tamaña ceguera la del ser humano que necesita “ver” las apariencias para llegar a la conclusión de sus miserias! Siempre hay una mujer con conjuntivitis que se apoya en nosotras, como también hay un niño que pregunta por su mamá y que también es víctima de esta alborea calma. Siempre está quien es especialista en determinada cosa o cuestión, y que llegado el caso es incapaz de resolverla cuando le toca en carne propia. Allí es donde descubrimos que las palabras y el conocimiento, la inteligencia, la capacidad intelectual no es nada cuando no se tiene sentido de la autocrítica, cuando no se conocen los senderos por los que se camina, cuando se necesita caminar con un bastón ( a veces, una mujer… o más de una), cuando la lógica se ve eclipsada por la sinrazón de los fracasos imprevistos y no hay ojos para ver los errores ajenos (solo los propios) ni para consultar los libros. No esperábamos este desastre. Sólo nos encontramos un día (en un comienzo solos el y yo… después se sumaron los demás) frente a la cruel realidad intangible, inimaginable, casi podría decirse ilegible, de encontrarnos ciegos. Quise acompañarte pero no pude dejar de ver. Fui tu guía, y hasta pude verte con ella. A fuerza de estar ciegos también creyeron que no serían vistos, pero si hubo un sentido que no perdí fue el de la vista… y el de la intuición. Pude comprenderte sin embargo. De alguna u otra forma estabas frente a un par.Aunque no obstante necesitaste de mis ojos para seguir adelante. ¡No te imaginas las cosas que tuve que ver! Sabías que ambas (como todas) habíamos sido ultrajadas. También sabías que había sido yo quien le había dado muerte a quien solo pudo ver nuestros cuerpos como objeto de deseo, como un estandarte de su poder fálico. Muchos hombres solo pueden ver a través de su sexo, y no escapaste a la regla. Te conduje hasta aquí. De todos modos estuve allí para sostenerte y sostener hasta quienes quisieron ocupar mi lugar. Cuando solo el perro de las lágrimas podía ver mi tristeza, podía ver mis lágrimas, podía verme a mí, traté de estar firme para sostenerlos.Tal vez mis ojos exhaustos no resistieron tanta oscuridad. No siempre estar ciego implica estar en la oscuridad, tal vez por eso sus cegueras fueron blancas. La oscuridad estaba afuera, contrastando con lo que entonces era la esa lechosa realidad de muchos. Ahora ya no ves por mí. Ahora tus ojos te muestran lo que antes pude ver. Pero estás ciego de otro modo, y yo puedo al fin disfrutar de esta nueva forma de vida. Puedo ver por otros ojos. Dejarme conducir con la tranquilidad de quien pisa sobre seguro porque se siente acompañado y retribuido, estar al margen de tanta desesperación, de tanta responsabilidad y dejarme llevar por la ciudad (la vida, como lo fue anteriormente el hospital… ese laberinto en llamas en el que fui Ariadna ovillando con sus ojos la salida del infierno), guiada por esta cándida manera de conducirme con su heroico y sencillo modo de mirar.