domingo, 24 de septiembre de 2017

Las sombras y el presente

Y un día (cualquier día es todos los días) dos que se encuentran como tantos otros (días y encuentros), conjugan un verbo amar sin pretensiones ni pretextos; y decretan - silenciosos e implícitos - algún “nosotros” jamás deshabitado.
Nada en particular los diferencia de otros que a diario profieren los más variados sintagmas, y emplean idénticos o similares adjetivos. Sólo varían nombres y lugares. Nada los vuelve únicos. El amor ya está inventado y las palabras que lo enuncian no son nuevas. Y esto es tan verdadero como mentirosas, verosímiles, azarosas o espontáneas pueden ser dos o tres simples (fácilmente pronunciables) palabras. Cambia la intención de quien pudiera expresarlas conforme a la pureza de sus actos; pero nunca -ni en hechos ni actitudes- cambian los vocablos. Y es que a veces el fin justifica los medios (y esto es tan válido en el amor como en la guerra. Lamentable es que aún exista quien no distinga la sutil diferencia, ni la ironía del destino que conlleva la falacia o la sensatez)
Y en un preciso (precioso, preciado) instante, un cosmos de a dos se desdobla y estos plurales seres se sumergen en un espacio/tiempo donde es el deseo quien reina y el encuentro de los cuerpos (almas) que se habitan mutuamente es quien reemplaza este terrenal apocalipsis focalizado en una anónima habitación en la cual todo se vuelve pequeño, insignificante, la nada misma entre sus pies descalzos.
Y ambos se exploran, se sueñan, se buscan, se atraen… se acarician, se besan, se deshacen en las delicias del otro que ofrenda tan dulce letargo; y confían, se entregan, se exploran, se derraman, se adormecen y recomienzan el juego nuevamente entre sábanas que no entienden por qué no fueron creadas para amar y sólo abrigar o contener -sin voluntad, pero con un dejo de envidia- un amoroso acto que atestiguan silentes y pasivas. Se limitan a su mera condición de cómplices obligadas y acompañan un orgiástico momento en cuya habitación, toda cosa circundante se reduce a nada , excepto el placer que aumenta junto al deseo, los latidos, los sutiles e Incontables suspiros, los roces que dejan fuera las sombras (expectantes ante sus creadores), la crispación de la piel, las yemas de sus dedos que desenlazan en espasmódicos contoneos, la infinitud de un cuerpo que recibe a otro sin que la materia encuentre un tope donde hallar culminación o un límite ( ahora inexistente) y que los funde en uno , donde una dimensión se desdibuja y otra nueva los absorbe en un mar de sentidos que estallan al unísono.
Y sin pretenderlo comprenden que este mundo no los necesita, pierden la lucidez, la cordura y la memoria, reproducen gemidos ancestrales y dos dulces seres primitivos reaparecen desde dentro y se permiten remontarse al comienzo de los tiempos; donde todo era luz, amor y ternura inmarcesible.
Y allí quedan, calladas, sombras y sábanas, revueltas sus formas y desdibujados sus contornos; a la espera de un nuevo disfrute de quienes -quizás- recomiencen en otra jornada aquél furtivo encuentro. Y no sin temor y sin nostalgia esperan, ansiosas, aquellas sombras, otro encuentro entre ambos… y es que saben con certeza que en el caso de que no se produjera una próxima cita, ambas estarían confinadas a la muerte y al olvido. Y es que el amor está poblado de razones, de palabras, de momentos, de sombras… y de olvido. El más ancestral de los olvidos. Ese mismo que alguna vez se remontó dulcemente al inicio de los tiempos; para volverse nada…

viernes, 22 de septiembre de 2017

Sueños de arena

Y un día él se fue. Pero se fue de una extraña manera…
Por empezar se fue sin que se comprendiera muy bien el por qué. No supo explicarlo (aunque a ciencia cierta quizás no supo tampoco cómo explicárselo a sí mismo y por eso no encontró palabras). Tal vez, para expresar algunos estados, determinados vocablos no basten… o quizás no existan.
Lo cierto -si es que hay algo cierto- es que se fue y paradójicamente algo suyo quedó. No lo más valioso, claro; pero tampoco es plausible saber qué dejó ni por qué decidió no llevarlo (si lo decidió).
Cargó en su equipaje objetos insignificantes, recuerdos imborrables (para Ella), años de convivencia; ciertos proyectos inconclusos (para ambos) y se fue corriendo (solo, falazmente acompañado) tras un sueño del pasado. No sé si se comprende bien. Seré más clara: Determinados sueños ocurren sólo en cierto plano (el de los sueños inalcanzables) y comúnmente, son… inalcanzables.
Ella no fue un sueño. Ella fue su mayor verdad.
Su nuevo amor (trampera) tampoco es inalcanzable. No está hecha de sueños puesto que ella es real y perfectamente alcanzable (y él anhela sueños de años dorados con marcos dorados, letras doradas y un recargado castellano puntillosamente en desuso. Extraña lengua abandonada, sobre todo; por quienes verdadera y silenciosamente aman).
Un antiguo filósofo Griego creía que las ideas habitaban perfectas y acabadas en un mundo paralelo. Muchos siglos pasaron, y aquí sobre autopistas y avances tecnológicos, donde el amor es una imagen frágil tras una red social que aclara aún más que lo que oscurece, él aún cree que el pasado habita el hoy y confunde sueños con realidades.
Mientras tanto, Ella, construye perpendicularmente un mundo de ilusiones que encaja perfectamente en la mayor de las verdades (Tal vez con la esperanza de que algún día sus miradas vuelvan a cruzarse). Y los pinta con crayones, tizas, y risas de niños, bigotes de felinos entre almohadas que supieron ser de dos, extraños acordes de teclado y una añeja melo día que los reúne en un paisaje inmemorial de cierto viaje inconcluso. Desde este mundo Ella lo ama, y a su modo lo espera; porque algo suyo quedó. Él se llevó objetos insignificantes. Ella embaló sentimientos, significados, le confió un mundo entero y lo atesoró tras su portazo silencioso... Y él aún vaga buscando respuestas en vaya a saber qué sueños, sosteniendo cuál vaga ilusión con algún pasajero y desconocido cielo prometedor de un eclipsado sol que nunca llegará mientras habite en la caverna

lunes, 24 de julio de 2017

Perfidias

Mienten quienes dicen que la felicidad se encuentra sólo en el amor. Puedes ser feliz con una rosa, una espina o con una espada. Lo importante es saber diferenciar qué huellas deja en nuestro corazón el vínculo con cada una de ellas y por qué han tenido que cruzarse en el camino. Todos somos y seremos rosa, espina, espada... Todos somos parte de lo mismo, estamos hechos de lo mismo. Importante es ir descubriéndonos a cada instante y considerar qué queremos y hacia dónde vamos. No siempre ni para todos seremos lo mismo, no siempre para los mismos seremos todo, no siempre hay todo ni habrá un todo siempre. Mienten quienes dicen que existe un todo y un siempre. Y es que los absolutos no son más que mentiras. La vida, sencillamente, ES. Y hay que vivirla con sus matices de rosa, espina, espada, nada, todo, siempre y jamás….

domingo, 12 de febrero de 2017

Latidos

Latidos

Redescubriendo sensaciones , pensamientos encontrados en el cajón de la memoria, en el buzón incierto de la imaginación, me veo como en un reflejo.
Por más que pase el tiempo sé que siempre estaré ahí. Sé que es el lugar donde volver. Arrullo y desamparo (paradójica fortuna) en una misma línea. El miedo a tenerte es tan intenso como el deseo y sin embargo me lanzo. Algo en mi naturaleza me impide retroceder ante el impulso y sin embargo te temo. Dos extremos de lo mismo. Voy a tu encuentro, temerosa, pero decidida. Inmarcesible dualidad que todo lo roza con su huella de tiniebla.
Comprendo por qué me fuí (por qué me voy, a veces) y siempre regreso a lo que amo. Es que en mis páginas pasadas sólo encuentro escrito que uno queda así, siempre latiendo. Y lato en sincronía y voy midiendo tu pulso. Y de a ratos me aferro o me dejo caer en caída libre (antes que me sueltes) y es que no sé si confiar en tu latido (que es el mío).
Es lo aprehendido. Camino andado. Retazos de historia.
Nos une el deseo de felicidad. Nos vence el miedo. Y allí estoy, aquí estaré, dispuesta a amarte aunque no entienda y a un mismo tiempo sea tan claro.

sábado, 28 de enero de 2017

Una mirada diferente (sobre la indiferencia)


No sabe cómo llegó allí. Recuerda instantes fugaces, entremezclados, confusos; como si de un sueño se tratara. Pero no es un sueño. Es la realidad, la más cruda realidad.
Ella está ahí también (y lo sabe), sólo que no puede escucharla, ni verla, ni sentirla. Están las dos, sentadas una frente a la otra, fingiendo indiferencia.
Sabe que va a llorar y sin embargo trata de evitarlo. Él está a su lado (no precisamente a su lado; pero de algún modo está).
Ya no se miran. La indiferencia llega a tal punto en que ésta vez no habrá retorno. Se trata de su última indiferencia; quizás la definitiva. Y sin embargo allí está, sosteniendo su mano.
Su caricia tierna, su mente (¿en dónde?), y esa caricia cuya destinataria parece ser ella y sin embargo intuye; que tras el sueño no está su mano. Últimos registros. Instantes que se atrapan como agua. Agua que se guarda, estancada hasta pudrirse en el sueño; estallando su mente en mil pedazos.
Sigue a su lado. Extiende su mano pidiendo ayuda. Busca un espacio de oxígeno para vivir, anhela llegar a destino para poder morir. ¿Quién sabe si es la muerte real?
Se funden en una. Se sueltan de la mano tras ese último respiro, y ya se ha ido; pero aún no. Se funden en una y aún está; quizás sea confuso pero puede verla. De pie, a su lado, pidiéndole ayuda para vivir. Quizás sea el último consejo. ¿Me enseñas a vivir?
¿Cómo explicártelo? Quizás no hemos podido. Lo has transitado. Ya eres adulta, continúa así…