miércoles, 30 de marzo de 2016

Mucho más que cuerpos


Cuando te doy mi cuerpo, te estoy dando toda mi historia personal envuelta en piel. Entreabro una puerta y dejo ver las huellas que dejaron batallas que supieron ser amores, intentos fallidos depositados en confianza equívoca, el miedo latente de encontrarme atravesada por un nuevo fracaso y hasta mi vulnerabilidad (con o sin luz da igual cuando la verdadera entrega queda expuesta ante los ojos de quien sabe mirar). Y sé que sabés mirar…
Te doy esa parte de mí que aún cree, mi promesa elidida (sobre mil verbos que ni siquiera imaginamos), mis fantasmas refrenándose para dar lugar a la belleza del encuentro, mi pulsión de vida, mi esbozo de caricia tierna y temerosa que siente la inmensa necesidad de encallar definitivamente en algún “puerto de afecto” que le resulte seguro.
Y es que no es poca cosa esta entrega, que para muchos es sólo entre cuerpos. Nunca pude (ni podré) verlo de ese modo, porque con el mismo cuerpo sueño, respiro, soy arte y soy risa, pude ser llanto, calor o indiferencia, amor, distancia o fin. Porque en alguna parte (¿cuál será?) llevo un alma, que no se escinde al besarte ni al desnudarnos, y con ella te acaricio, te pido un abrazo y me duermo en tu hombro de arrullo. Y entre sueños me permito volver a vernos con ojos de niños -dura sólo un instante- y me encuentro con la maravilla intacta (pero temerosa) de no haber perdido aún, mis ojos de ver “como por primera vez”. Y te ofrendo secretamente, mis silenciosas sensaciones de niña-mujer (y viceversa).
Y se abre un nuevo mundo en cada vez, y un beso es mucho más que un beso… y en verdad siento que por delante de mí se escapa sin haberlo consentirlo, mi parte esencial (y la apariencia se desvanece para quien sabe mirar). Y sé que sabés mirar...
De a poco vas incitándome y me sumo a tu juego con ojos cerrados, y aunque sé que -a diferencia mía- los tenés abiertos, (entiendo que ese hecho aparentemente insignificante, dice mucho más de lo que nosotros mismos ponemos en palabras), siento que cuánto más cierro mis ojos, más abiertos y desnudos están, reflejándose en tu mirada encendida, de la manera más diáfana.
Y acaricio tu cuerpo, te beso, me fascino con tus labios e intento encontrarme verdaderamente con/en vos, trascendiendo la materia. Y mientras tanto, tropiezo con tu historia silenciosa y tus viejas heridas, con “lo no dicho” que denota infinitamente más que mil palabras, el lenguaje de tus gestos corporales de aparente entrega, e intento dulcemente que dejes salir a ese hombre-niño que también se asombra ante la belleza, y comprende a la perfección que somos mucho más que cuerpos deleitándose en un juego superficial, demencialmente danzando sin sentir más -ni menos- que sólo sexo. Y no busco convencerte. Y no hay palabras. Y el silencio y el tiempo serán únicos testigos de dos que se encontraron, y quizás hayan sabido que hay algo mejor que mirar: verse.