domingo, 15 de marzo de 2020

Ideologías políglotas

Se creía ante el espejo de su pensamiento como si estuviera a punto de rendir un examen y apenas era una entrevista laboral.
Desde que había terminado la facultad, en sus años de traductorado, no sentía tantos nervios. Y es que todo estaba tan cambiado desde entonces, tan diferente a aquellas épocas en las que un final era solo una forma de comprobar el conocimiento y su manera de ponerlo en práctica. Así, sin más. ¡Tan simple! Todo era muy diferente sin aquella tendenciosa manera de creer que hay diferentes maneras de ponerlo en práctica (para justificar ciertos fines a precio de cualquier medio).
En sus épocas de discípula nadie habría pensado en traducir un texto de manera encriptada para divulgar mensajes velados. Muchos años después llegó esa tendencia entre algunos de los alumnos oyentes y luego trascendió por el resto de la institución como reguero de pólvora.
Y es que siempre fue partidaria de decir las cosas de frente. Literalmente nunca tuvo la intención ni la necesidad de escribir entre líneas.
Muchos alumnos de la facultad concibieron la posibilidad de evitar diatribas y confrontaciones; y fue por ese entonces que concluyeron en llevar sus artículos de la manera en que el Estado quería que escribieran. En cuanto a contenido respectaba, si se leía salteándote “x” cantidad de líneas se podía encontrar lo que realmente profesaban al aspecto tocante.
Habían encontrado una manera de burlar el sistema y por entonces nadie lo sospechó. Muchos tradujeron libros completos con estos métodos. Claro está que eran divulgados entre los grupos que conllevaban su movimiento.
Y es que discurrieron en que oponerse al Estado y sus nuevas formas de escritura podían ser comprometidas y decidieron salvaguardar las cepas del idioma revelando sus reflexiones de este nuevo modo.
Lo consiguiente fue que no tuvieron en cuenta que la ecuanimidad no abunda y alguien habría de perjudicarlos (y así lo hicieron).
Deborah debía afrontar ahora esta audiencia laboral y juzgaba – como habían razonado aquellos alumnos de la Universidad- que a la hora de certificar una evaluación, gozaba las opciones de traducir –literalmente- su pensamiento o dejarlo entreveer entre párrafos aparentemente aleatorios.
Ya no eran épocas del principio del libre debate y eran moneda corriente los espías informáticos.
Especulaciones e indagaciones sobre toda posibilidad de libre (¿libre?) expresión abundaban. Por todas partes pululaban imputaciones, acuses, discrepantes ocultos y maledicencias.
¿Libre? Insistiría entonces, secretamente, Déborah.
Y es que sus padres siempre le habían infundido la gracia de la observancia discrecional y acostumbraban recordarle que correspondía ser “substancial en dignidad, trascendental en poder y primordial en méritos” y para ello era imperioso el más absoluto resguardo, sujetarse legítimamente sin doblegarse, y ejercer la sana tolerancia; pero ¿cómo?
Muchas veces la habían incriminado de celibato racional, de ser usufructuaria de cierta templanza de ánimo. No intuían que ella consideraba que su inteligencia desfilaba –precisamente- exponiendo cierto quimérico retraimiento, mientras efectuaba la reparación voluntaria.
Buscaba el equilibrio y lo conseguía.
Solo que revelar equilibrio al frente de ciertos individuos que parecían practicar un culto divino, más que un traductorado de idiomas, convertía la realidad (¿realidad?) en una osadía recóndita y raudamente era necesario arrepentirse de supuestas malas acciones y demostrar capacidad para no atribularse más de la cuenta. Velar, encubrir, estar atento a los informantes, no ganar adversarios, no evidenciar ninguna tendencia ni definir públicamente su poder.
No obstante la contrariedad y el engaño acecharon y la hosquedad de algunos generó enemistades.
Ahora, ya en otros tiempos, resuelta, atravesó la puerta y dio lugar a la iniciación de la entrevista. Pronto notó que entre líneas, ahora, se decía lo que antes se ocultaba.
Inconstancia, celadas, confusiones, largas deliberaciones, impedimentos inesperados, resultados tardíos, serían la recompensa velada de lo que prometían como ofrecimiento laboral. Y es allí donde Déborah sintió que cierta parte de su currículum no estaba escrito en el papel. Había omitido explicar que sabía leer y escuchar de otras formas. Y se sintió una espía de su propio pensamiento.
Fiel a sí misma, decidió agradecer la oferta laboral y acceder al puesto. Sabía que jamás sería descubierta siempre y cuando se mantuviera atenta a las dobles lecturas y políglotas interpretaciones. No eran meras traducciones de vocablos. Más bien se trataba de traducir incesantemente, filosofías de las más diversas. Cuál sería la suya… quizás nunca nadie la supiera… por si acaso.