martes, 11 de febrero de 2014

LOS CIMIENTOS DE LA HISTORIA

Hay un cimiento en cada pasado. Y digo en cada pasado porque no hay un único pasado...
Si en cada instante surge un nuevo presente; entonces seremos habitantes de pretéritos incalculables, y necesitaremos renacer y envejecer, a un mismo tiempo. Descubro entonces, que existe un siempre.
Habrá seguramente a quien pudiere parecerle absurdo pensar nuestra vida como un edificio; por ello habré de confesar entonces, a qué portentos me dedico. Me presento: Soy el Arquitecto de esta Historia...
Y de a ratos la estructura se me resquebraja, y necesito repararla..
Otras veces necesita refacción, mantenimiento, demolición...y ante cada demolición, muere un poco cada personaje... o al menos, yo muero un poco en ellos.
Es por eso que en los planos que hoy dibujo, no proyecto ya, morir por habitaciones, ni padecer más implosiones.
Me paso las horas buscando grietas para reparar. Para que no se cuele el frío en el invierno, para que no se hiele el alma, ni se congele la memoria. Porque en cada instante de memoria soy más yo; si es que me cimiento en mi pasado, y en ese cimentarse me construyo. Perdón, me re-construyo (porque en ese aspecto son irrefutables los devaneos de los tiempos, y se nos vuelve indiscutible entonces, que hay una cisura y habrá un hoy, y hubo un ayer, y habrá un mañana... y un después). Insisto. Un siempre.
Vislumbro mi obra como un posible apostolado. Para ello he de actuar con circunspección, mantener la abnegación y un ápice de magnificencia (aunque la magnificencia parezca ilógica si se la cuenta en ápices), disipar las antiguas amarguras – como si se pudieran diluir en aguas diáfanas sin quitarle a aquellas su cristalinidad -, animándome a escuchar la voz del corazón, deleitándome en lo bello, perfeccionándome...
Quizás sea la hora de entender (de comprender), que el edificio es un templo, y en su mixtura está el alma.
Puedo regenerarme (regenerar mi obra) en cada suspiro. Puedo crecer en cada inesperado elemento que me obsequie la fortuna (el valor de lo inefable) Puedo trazar el camino. Puedo volverlo sosiego para quien quiera habitarlo. Respetar, valorar, impulsar y enraizar mi silencio y mi paz, como el bien más preciado que me pudiera ofrendar. Puedo crear la historia para después vivirla, contarla, compartirla... Y elijo los personajes, y los trazos, los momentos.
...Y sin egoísmos comprendo que soy yo quien me regalo el holocausto (sin desmedro alguno de lo demás).
Mi cimiento...¿Habrá algún “siempre” inexplorado, inhabitado desde siempre, que pueda al fin hallar lugar, en este tiempo sin cisuras? Aún confío en la idea de construir parasiempres, al menos desde aquí, desde el lugar que habita la imaginación...
Olvidé decir que soy el Arquitecto... mas no el demoledor.
Puedo girar la perilla... puedo encender esa luz...
Escribo la obra... no soy ya el lector. Si cierras los ojos, puede llegar el fin.