miércoles, 12 de marzo de 2014

El Experto

Podría decir que soy taxidermista; pero no sé si es exactamente el término que me define.
Muy desgastada por demasiados pensadores está ya la idea de que las palabras no alcanzan para definir qué, ni quién es el hombre. Muy sabida es por igual la idea, de la inefabilidad en sí, del idioma finito del ser humano.
Pero porque voy más allá de la finitud, es que me propongo todas las veces efectuar con la mayor de las precisiones, de las exactitudes, ésta, mi tarea...
Cuántas veces el ser humano se encuentra ante la maravilla de la vida, y se sorprende, del milagro capaz de producirse, y que él mismo es capaz de producir. El nacimiento...
Cuántas veces, a la inversa, es la muerte quien sorprende, y la perturbación sacude la línea fugaz de la vida, dejando al hombre perplejo, sabiéndose vulnerable, frágil, ante la palidez del encuentro cara a cara, con la hora suprema, con esa invisible presencia que todo lo tiñe...
La vida y la muerte... parecieran dos opuestos y sin embargo no lo son. Son parte de la misma realidad, del mismo milagro, de una misma verdad. Aún no entiendo por qué nadie puede verlas como íntimamente ligadas, hermanadas.
Aún no entiendo el por qué de tanto temor hacia ambas. No sé qué produce más temor, al fin y al cabo.
Al hombre le da tanto miedo vivir que acaba por cumplir la mitad de sus sueños, por temor al fracaso, o por inmovilidad.
De un mismo modo, por miedo a la muerte, es que termina por no cumplir la cuarta parte de la mitad restante, y se limita a sentir culpa, reprimir sus anhelos, sus grandes aspiraciones y hasta sus banalidades, por estremecimiento ante la vida, o la muerte. Pero sea por temor a lo que sea, termina por no animarse a hacer, lo que debió hacer, sin darse cuenta de que para eso estaba la vida.
Pero volviendo al tema de mi profesión... decía que no sé cómo definirme con mayor puntualidad.
Me gusta estar en contacto con la vida y la muerte.
Los rituales sobre la muerte son mayoría, con respecto a los que se realizan sobre el inicio de una vida. Se ve que el hombre tiene más necesidad de resistir al olvido de lo que realizó , y necesita de la inmortalidad para sentirse más vivo (paradójicamente, después de la muerte). Necesidad de parecerse más a su creador, al menos en ese sesgo de infinitud que pretende. Al hombre no le alcanza con celebrar lo que podría ser (si no le temiese al futuro), el potencial de esa criatura en el momento mismo de su creación. Necesita perpetuarse en algún acto, dejar huella...vivo, o muerto...
Por eso (y no quisiera repetirme) es que estoy en contacto con esta parte de mí, que está presente, también, en la muerte.
Busco la mejor manera de “acomodar”, “clasificar”,“ubicar”, cada uno de los miembros de mi colección. Lo bueno es que nadie cree que por ello, yo sea morboso, ni me juzga con cosa parecida.
Para cada pieza encuentro el lugar donde (intuyo) podría sentirse mejor (si tuviera la posibilidad de elegir). Busco la “cajita” que mejor le armonice, conforme a diferentes cuestiones, que no hacen a éste momento de la narración. Busco también el lugar, clasificándolos según corresponda. Rotulo, especifico, acomodo, nomenclo... Podría decir que soy taxidermista, pero no es así.
Soy solamente Aquél que Todo Lo Puede, y que cada tanto, se da una recorrida por los cementerios, adonde todos lo llaman, para pedir por la paz de sus difuntos... y busco saciarlos en su necesidad.