martes, 1 de abril de 2025

El reflejo del túnel



Desde la ventana del café, observaba la calle con una intensidad que rayaba en la obsesión. No era tanto el paisaje urbano lo que me interesaba, sino la gente, sus gestos, sus movimientos apenas perceptibles, la forma en que el tiempo parecía deslizarse entre sus pasos. A veces, me detenía en los ojos de alguien, intentando descifrar si guardaban el mismo vacío que los míos.

Fue así como la vi por primera vez. Caminaba con una cadencia hipnótica, la mirada perdida entre los carteles de las librerías y los edificios descascarados. Llevaba un abrigo gris y un libro bajo el brazo. El título se me escapó en ese instante, pero lo descubriría después: El túnel, de Ernesto Sábato.

La coincidencia me pareció inquietante. Yo mismo había releído esa novela muchas veces, con la sensación de que en sus páginas había algo escrito para mí. Su protagonista, Juan Pablo Castel, hablaba del aislamiento con una claridad aterradora. Y ahora, frente a mí, una mujer cargaba ese mismo libro como si fuera un presagio.

No pude evitar seguirla. No por una motivación vulgar ni una curiosidad banal, sino por la certeza de que ese encuentro tenía un significado. Me mantuve a distancia, observando cómo se detenía en una plaza, se sentaba en un banco y abría el libro. Sus labios se movían, como si leyera en voz baja. La escena tenía una belleza perturbadora, como si se tratara de una repetición de algo que ya había sucedido antes, en otra vida, en otra historia.

Me acerqué sin pensar. —Ese libro es peligroso —dije.

Ella levantó la vista y me miró con una mezcla de sorpresa y desconfianza. —¿Perdón?

—El túnel. Es una novela que puede atraparte más de lo que imaginas.

Sonrió apenas. —¿Y no es eso lo que buscamos todos? Un túnel que nos aísle del mundo.

Su respuesta me dejó sin palabras. En ese instante supe que debía conocerla, que en ella se escondía una verdad que había estado buscando. Nos presentamos. Se llamaba Laura. No pregunté más. Pasamos horas hablando sobre literatura, sobre la imposibilidad de comprender realmente a los otros, sobre la forma en que el arte a veces se convierte en el único refugio. No necesitaba saber más de ella. Su existencia ya justificaba la mía.

Los días siguientes fueron un remolino de encuentros y palabras. Nos veíamos en ese mismo café, en la misma mesa junto a la ventana. Pero la sombra de El túnel seguía acechando. ¿Era yo un Castel en potencia? ¿Veía en Laura a una María Iribarne, alguien a quien nunca podría poseer del todo, alguien que escaparía de mis manos antes de que pudiera comprenderla?

Una tarde, ella no apareció. La esperé durante horas, como un animal enjaulado. Al día siguiente tampoco vino. Mi mente se llenó de suposiciones. ¿Acaso había leído demasiado en nuestra historia? ¿Había sido solo un personaje fugaz en mi propio túnel de obsesiones?

Decidí buscarla. Regresé a la plaza donde la había visto por primera vez. Caminé por las calles que recorrimos juntos. Nada. Hasta que llegué a una librería y, en el escaparate, encontré una nota pegada sobre un ejemplar de El túnel.

"El arte es el único refugio, pero también la peor prisión. No te conviertas en un Castel."

No había firma, pero sabía que era de ella. O tal vez era solo un reflejo de mis propias sombras proyectado en el cristal de una historia que nunca supe si fue real o imaginada.

Romina Ponzio

sábado, 29 de marzo de 2025

El secreto de Fergh

El Secreto de Fergh

Clara siempre supo que Fergh no era un perro común. Desde que lo adoptó en aquel refugio, sintió una conexión inmediata. Tenía un brillo especial en los ojos, una inteligencia fuera de lo común y una habilidad innata para anticiparse a sus pensamientos. Parecía entender cada palabra, cada emoción.

Ferghla acompañó durante diez años llenos de aventuras. Sabía cuándo animarla, cuándo protegerla y cuándo simplemente recostarse a su lado en silencio. Pero una tarde, sin previo aviso, Fergh se desplomó. Clara lo llevó al veterinario con el corazón en un puño, pero nada pudo hacerse. Su fiel compañero había partido.

Devastada, aceptó la sugerencia del veterinario de realizarle una autopsia, buscando respuestas. Lo que descubrieron desafió toda lógica: la estructura interna de Fergh no era la de un perro. Sus órganos tenían una composición desconocida, su ADN no coincidía con ninguna especie terrestre.

Las autoridades se involucraron rápidamente. Científicos analizaron los restos de Fergh y llegaron a una conclusión desconcertante: su origen no era de este mundo. Algunos especulaban que había sido enviado con un propósito, otros sugerían que se trataba de un viajero perdido.

El gobierno y las instituciones científicas quisieron apropiarse del cuerpo de Fergh para realizar estudios. Alegaban que su existencia podía cambiar la comprensión de la vida en el universo. Pero Clara se negó rotundamente. No permitiría que el cuerpo de su amado amigo sufriera vejaciones en nombre de la ciencia. Lo que Fergh había sido en vida no podía reducirse a un simple objeto de experimentación.

Con determinación, luchó contra la burocracia y las exigencias de los investigadores. Finalmente, logró que le permitieran darle sepultura en el jardín de su casa, bajo su árbol favorito.

Una noche, mientras contemplaba el cielo estrellado desde el jardín, un destello cruzó el firmamento. Un leve murmullo, como un susurro en el viento, la envolvió por un instante.

No supo si era su imaginación, pero sintió que Fergh le decía adiós. Sonrió con tristeza y, por primera vez en días, sintió paz. Tal vez, en algún lugar del universo, alguien más también la extrañaba... o tal vez, de algún modo, Fergh nunca se había ido del todo.

Romina Ponzio

viernes, 18 de febrero de 2022

Lo que nos deja su paso

Hay noches donde los silencios pesan, las palabras internas llenan los silencios que deja la vida, y uno no sabe que hacer con tanto ruido. El ruido no es música. El ruido no es arte. El ruido no deja pensar. El ruido te deja al desnudo, en carne viva, sintiendo; sólo sintiendo. Ruido conocido, añejo, enemigo, paralizante. Ruido... puto ruido. Más de lo mismo. ¿Quién dijo que ELLA llega sigilosa? ELLA siempre trae ruido, y se va dejando una huella. Una huella que marca el vacío. En este caso sólo va a profundizar un vacío. Ruido. Sucio y puto ruido hartoconocido que sólo produce ELLA.

Palabras

Hay personas que cumplen su palabra, hay quienes tienen memoria selectiva; quienes la tergiversan; quienes la acomodan conforme a su conveniencia. Hay quienes no pueden comunicarse porque no tienen el hábito de ejercitar el diálogo; quienes se dejan llevar por boca de terceros; quienes pasan por crisis donde no pueden expresar; quienes nunca se animan a usar -apenas- una palabra que los comprometa más que envueltos en la cobardía de un breve instante; quienes quieren decir una cosa y se les escapa lo contrario; quienes hablan solo con lágrimas; quienes besan para desanudar lo no dicho; quienes callan; omiten; mienten; ejercen la tiranía del silencio; se resguardan; amenazan; gritan; ocultan; sufren masticando vocablos. Y es que estamos hechos de palabras. A veces canción, felicidad; melancolía y cada tanto, destellos.

domingo, 15 de marzo de 2020

Ideologías políglotas

Se creía ante el espejo de su pensamiento como si estuviera a punto de rendir un examen y apenas era una entrevista laboral.
Desde que había terminado la facultad, en sus años de traductorado, no sentía tantos nervios. Y es que todo estaba tan cambiado desde entonces, tan diferente a aquellas épocas en las que un final era solo una forma de comprobar el conocimiento y su manera de ponerlo en práctica. Así, sin más. ¡Tan simple! Todo era muy diferente sin aquella tendenciosa manera de creer que hay diferentes maneras de ponerlo en práctica (para justificar ciertos fines a precio de cualquier medio).
En sus épocas de discípula nadie habría pensado en traducir un texto de manera encriptada para divulgar mensajes velados. Muchos años después llegó esa tendencia entre algunos de los alumnos oyentes y luego trascendió por el resto de la institución como reguero de pólvora.
Y es que siempre fue partidaria de decir las cosas de frente. Literalmente nunca tuvo la intención ni la necesidad de escribir entre líneas.
Muchos alumnos de la facultad concibieron la posibilidad de evitar diatribas y confrontaciones; y fue por ese entonces que concluyeron en llevar sus artículos de la manera en que el Estado quería que escribieran. En cuanto a contenido respectaba, si se leía salteándote “x” cantidad de líneas se podía encontrar lo que realmente profesaban al aspecto tocante.
Habían encontrado una manera de burlar el sistema y por entonces nadie lo sospechó. Muchos tradujeron libros completos con estos métodos. Claro está que eran divulgados entre los grupos que conllevaban su movimiento.
Y es que discurrieron en que oponerse al Estado y sus nuevas formas de escritura podían ser comprometidas y decidieron salvaguardar las cepas del idioma revelando sus reflexiones de este nuevo modo.
Lo consiguiente fue que no tuvieron en cuenta que la ecuanimidad no abunda y alguien habría de perjudicarlos (y así lo hicieron).
Deborah debía afrontar ahora esta audiencia laboral y juzgaba – como habían razonado aquellos alumnos de la Universidad- que a la hora de certificar una evaluación, gozaba las opciones de traducir –literalmente- su pensamiento o dejarlo entreveer entre párrafos aparentemente aleatorios.
Ya no eran épocas del principio del libre debate y eran moneda corriente los espías informáticos.
Especulaciones e indagaciones sobre toda posibilidad de libre (¿libre?) expresión abundaban. Por todas partes pululaban imputaciones, acuses, discrepantes ocultos y maledicencias.
¿Libre? Insistiría entonces, secretamente, Déborah.
Y es que sus padres siempre le habían infundido la gracia de la observancia discrecional y acostumbraban recordarle que correspondía ser “substancial en dignidad, trascendental en poder y primordial en méritos” y para ello era imperioso el más absoluto resguardo, sujetarse legítimamente sin doblegarse, y ejercer la sana tolerancia; pero ¿cómo?
Muchas veces la habían incriminado de celibato racional, de ser usufructuaria de cierta templanza de ánimo. No intuían que ella consideraba que su inteligencia desfilaba –precisamente- exponiendo cierto quimérico retraimiento, mientras efectuaba la reparación voluntaria.
Buscaba el equilibrio y lo conseguía.
Solo que revelar equilibrio al frente de ciertos individuos que parecían practicar un culto divino, más que un traductorado de idiomas, convertía la realidad (¿realidad?) en una osadía recóndita y raudamente era necesario arrepentirse de supuestas malas acciones y demostrar capacidad para no atribularse más de la cuenta. Velar, encubrir, estar atento a los informantes, no ganar adversarios, no evidenciar ninguna tendencia ni definir públicamente su poder.
No obstante la contrariedad y el engaño acecharon y la hosquedad de algunos generó enemistades.
Ahora, ya en otros tiempos, resuelta, atravesó la puerta y dio lugar a la iniciación de la entrevista. Pronto notó que entre líneas, ahora, se decía lo que antes se ocultaba.
Inconstancia, celadas, confusiones, largas deliberaciones, impedimentos inesperados, resultados tardíos, serían la recompensa velada de lo que prometían como ofrecimiento laboral. Y es allí donde Déborah sintió que cierta parte de su currículum no estaba escrito en el papel. Había omitido explicar que sabía leer y escuchar de otras formas. Y se sintió una espía de su propio pensamiento.
Fiel a sí misma, decidió agradecer la oferta laboral y acceder al puesto. Sabía que jamás sería descubierta siempre y cuando se mantuviera atenta a las dobles lecturas y políglotas interpretaciones. No eran meras traducciones de vocablos. Más bien se trataba de traducir incesantemente, filosofías de las más diversas. Cuál sería la suya… quizás nunca nadie la supiera… por si acaso.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Las sombras y el presente

Y un día (cualquier día es todos los días) dos que se encuentran como tantos otros (días y encuentros), conjugan un verbo amar sin pretensiones ni pretextos; y decretan - silenciosos e implícitos - algún “nosotros” jamás deshabitado.
Nada en particular los diferencia de otros que a diario profieren los más variados sintagmas, y emplean idénticos o similares adjetivos. Sólo varían nombres y lugares. Nada los vuelve únicos. El amor ya está inventado y las palabras que lo enuncian no son nuevas. Y esto es tan verdadero como mentirosas, verosímiles, azarosas o espontáneas pueden ser dos o tres simples (fácilmente pronunciables) palabras. Cambia la intención de quien pudiera expresarlas conforme a la pureza de sus actos; pero nunca -ni en hechos ni actitudes- cambian los vocablos. Y es que a veces el fin justifica los medios (y esto es tan válido en el amor como en la guerra. Lamentable es que aún exista quien no distinga la sutil diferencia, ni la ironía del destino que conlleva la falacia o la sensatez)
Y en un preciso (precioso, preciado) instante, un cosmos de a dos se desdobla y estos plurales seres se sumergen en un espacio/tiempo donde es el deseo quien reina y el encuentro de los cuerpos (almas) que se habitan mutuamente es quien reemplaza este terrenal apocalipsis focalizado en una anónima habitación en la cual todo se vuelve pequeño, insignificante, la nada misma entre sus pies descalzos.
Y ambos se exploran, se sueñan, se buscan, se atraen… se acarician, se besan, se deshacen en las delicias del otro que ofrenda tan dulce letargo; y confían, se entregan, se exploran, se derraman, se adormecen y recomienzan el juego nuevamente entre sábanas que no entienden por qué no fueron creadas para amar y sólo abrigar o contener -sin voluntad, pero con un dejo de envidia- un amoroso acto que atestiguan silentes y pasivas. Se limitan a su mera condición de cómplices obligadas y acompañan un orgiástico momento en cuya habitación, toda cosa circundante se reduce a nada , excepto el placer que aumenta junto al deseo, los latidos, los sutiles e Incontables suspiros, los roces que dejan fuera las sombras (expectantes ante sus creadores), la crispación de la piel, las yemas de sus dedos que desenlazan en espasmódicos contoneos, la infinitud de un cuerpo que recibe a otro sin que la materia encuentre un tope donde hallar culminación o un límite ( ahora inexistente) y que los funde en uno , donde una dimensión se desdibuja y otra nueva los absorbe en un mar de sentidos que estallan al unísono.
Y sin pretenderlo comprenden que este mundo no los necesita, pierden la lucidez, la cordura y la memoria, reproducen gemidos ancestrales y dos dulces seres primitivos reaparecen desde dentro y se permiten remontarse al comienzo de los tiempos; donde todo era luz, amor y ternura inmarcesible.
Y allí quedan, calladas, sombras y sábanas, revueltas sus formas y desdibujados sus contornos; a la espera de un nuevo disfrute de quienes -quizás- recomiencen en otra jornada aquél furtivo encuentro. Y no sin temor y sin nostalgia esperan, ansiosas, aquellas sombras, otro encuentro entre ambos… y es que saben con certeza que en el caso de que no se produjera una próxima cita, ambas estarían confinadas a la muerte y al olvido. Y es que el amor está poblado de razones, de palabras, de momentos, de sombras… y de olvido. El más ancestral de los olvidos. Ese mismo que alguna vez se remontó dulcemente al inicio de los tiempos; para volverse nada…

viernes, 22 de septiembre de 2017

Sueños de arena

Y un día él se fue. Pero se fue de una extraña manera…
Por empezar se fue sin que se comprendiera muy bien el por qué. No supo explicarlo (aunque a ciencia cierta quizás no supo tampoco cómo explicárselo a sí mismo y por eso no encontró palabras). Tal vez, para expresar algunos estados, determinados vocablos no basten… o quizás no existan.
Lo cierto -si es que hay algo cierto- es que se fue y paradójicamente algo suyo quedó. No lo más valioso, claro; pero tampoco es plausible saber qué dejó ni por qué decidió no llevarlo (si lo decidió).
Cargó en su equipaje objetos insignificantes, recuerdos imborrables (para Ella), años de convivencia; ciertos proyectos inconclusos (para ambos) y se fue corriendo (solo, falazmente acompañado) tras un sueño del pasado. No sé si se comprende bien. Seré más clara: Determinados sueños ocurren sólo en cierto plano (el de los sueños inalcanzables) y comúnmente, son… inalcanzables.
Ella no fue un sueño. Ella fue su mayor verdad.
Su nuevo amor (trampera) tampoco es inalcanzable. No está hecha de sueños puesto que ella es real y perfectamente alcanzable (y él anhela sueños de años dorados con marcos dorados, letras doradas y un recargado castellano puntillosamente en desuso. Extraña lengua abandonada, sobre todo; por quienes verdadera y silenciosamente aman).
Un antiguo filósofo Griego creía que las ideas habitaban perfectas y acabadas en un mundo paralelo. Muchos siglos pasaron, y aquí sobre autopistas y avances tecnológicos, donde el amor es una imagen frágil tras una red social que aclara aún más que lo que oscurece, él aún cree que el pasado habita el hoy y confunde sueños con realidades.
Mientras tanto, Ella, construye perpendicularmente un mundo de ilusiones que encaja perfectamente en la mayor de las verdades (Tal vez con la esperanza de que algún día sus miradas vuelvan a cruzarse). Y los pinta con crayones, tizas, y risas de niños, bigotes de felinos entre almohadas que supieron ser de dos, extraños acordes de teclado y una añeja melo día que los reúne en un paisaje inmemorial de cierto viaje inconcluso. Desde este mundo Ella lo ama, y a su modo lo espera; porque algo suyo quedó. Él se llevó objetos insignificantes. Ella embaló sentimientos, significados, le confió un mundo entero y lo atesoró tras su portazo silencioso... Y él aún vaga buscando respuestas en vaya a saber qué sueños, sosteniendo cuál vaga ilusión con algún pasajero y desconocido cielo prometedor de un eclipsado sol que nunca llegará mientras habite en la caverna