domingo, 22 de junio de 2025

La vocación a la orden del día (monólogo humorístico)

¡Qué lindo es ser profe de Prácticas del Lenguaje y Literatura en secundaria!
No es sólo un trabajo: es una experiencia extrema. Es como ser guía turístico en un safari, solo que en vez de leones hay adolescentes que te rugen “¿esto para qué sirve?”.

La gran ventaja es que te pagan por leer. Bueno, o mejor dicho, por intentar que ellos lean. Por algún motivo, cuando mencionás “literatura”, la mitad del aula automáticamente entra en modo hibernación. Tenés a los que duermen antes del segundo verso y a los que te preguntan si pueden leer el resumen en TikTok. ¡Lo que sea para no abrir un libro que tenga más páginas que un menú!

Los alumnos son todo un tema.
Están los que son fanáticos de la ortografía, que te corrigen hasta cuando decís “me voy al kiosko” — ahí te salta el chiquito a gritarte: “¡Se dice quiosco, profe!”.
Después tenés a los poetas, que escriben unos poemas tan melancólicos que ni Neruda se animaba a tanto. Te entregan textos que parece que los escribió alguien que acaba de terminar una telenovela turca: “Oh, amada mía, tus ojos como dos luceros que nunca aprobarán Literatura.”
Y, por supuesto, están los que sólo vienen a pasar lista. Ellos en realidad piensan que Shakespeare es el delantero de algún club europeo. Te preguntan si Hamlet es una serie de Netflix y vos ahí, conteniendo la lágrima.

¿Y los colegas? ¡Ahí también hay para todos los gustos!
Está la profe que es la enciclopedia viviente, que te suelta 10 datos literarios por frase. Esa que siempre te pregunta: “¿Ya leíste el último premio Nobel de Lituania que escribió en esperanto?” y vos le sonreís como diciendo: “Clarísimo, ¿me repetís el nombre?”.
Después está la que es más relajada, que lleva unos apuntes fotocopiados desde el ’89 y que siempre dice que lo mejor es que los chicos sean creativos. Creativos como cuando te escriben que la protagonista de “La casa de Bernarda Alba” es una influencer que hace videos para YouTube.
Y también está la que es la estricta, que a vos te hace replantear tu existencia. Esa que te clava la mirada en la sala de profes y te dice: “¿Cómo que les diste sólo un cuento para leer? Así nunca llegarán a Borges”. Pero después se encierra en su casa y maratonea una serie en vez de leer. ¡Seamos sinceros!

Lo bueno es que nunca te aburrís. Un día tratás de explicar qué es una metáfora y al siguiente te encontrás debatiendo si el corrector del celular es una herramienta de opresión contra la creatividad juvenil.
Ah, y cuando llega la época de corregir, eso es un viaje a mundos paralelos. Vas a leer cosas que te cambiarán la vida:
“Profe, mi historia es de una chica que es vampira y también futbolista.”
“Profe, mi poema es una carta a mi perrito que se escapó y nunca volvió.”
Son textos que te hacen reír, llorar, pensar… y a veces dudar si ellos entendieron que “Rima consonante” no es el nombre del trapero del momento.

En definitiva, ser profesora de Prácticas del Lenguaje es una bendición. Tenés los mejores espectáculos gratis: comedias involuntarias, dramas shakespearianos entre compañeros y hasta algún que otro misterio digno de Agatha Christie cuando desaparece una fotocopia clave.

¿Y saben qué es lo mejor? Que cuando pensás que ya viste todo, llega la próxima clase y te sorprenden otra vez. Así que, entre los alumnos que quieren leer sólo si es en formato de meme, y los colegas que te recuerdan que Cervantes es para leerlo en voz alta y con ritmo de rap, nunca falta el humor.

En serio. No me van a creer lo que les digo e Insisto: ¡Qué lindo es ser profesora de Prácticas del Lenguaje y Literatura!
De verdad, es una profesión que te mantiene joven. No porque duermas bien, sino porque nunca sabés qué te vas a encontrar cuando entrás al aula. Eso es adrenalina pura: a veces es una novela bien escrita y a veces es un párrafo que parece que lo tradujo un traductor automático después de tomar seis cafés.

¿Los alumnos? Hay de todo tipo. Tenés a los que son poetas, que te escriben unos textos tan profundos que vos pensás: “Qué lindo, qué sensible… qué lástima que sea todo de Internet.” Tenés a los creativos, que creen que el corrector ortográfico es solo una recomendación. Y a los que piensan que leer es como hacer ejercicio: mejor evitarlo.

Pero la nueva moda es que todos se volvieron Cervantes de un día para el otro. Antes para copiar, el chico te traía una hoja arrugada que decía “Trabajo práctico de Martincito”… ahora te entrega un Word que parece revisado por la Real Academia Española. Ahí es cuando te agarra la paranoia:
¿Este texto lo escribió él o ChatGPT con su mejor prosa?
Entonces empieza la investigación CSI: mirás el estilo, buscás palabras que nunca dijo en su vida…
¿Desde cuándo Pedrito usa palabras como “afable” o “reticente” si ayer te dijo que no entendía qué es un “sujeto”?
Ahí es cuando sacás a relucir todas tus técnicas detectivescas.

Primero le preguntás:
— A ver, contame qué quisiste decir acá.
Y él te mira como si le preguntaras por qué el cielo es azul.
— Ehh… bueno… es que es como una metáfora… ¿no?
¡Claro que es una metáfora! ¡Si la sacaste directo del primer resultado que te dio el chat!

Después te hacés la tonta y le decís:
— Ay, qué bien que usaste esa palabra tan difícil. ¿Me explicás qué significa?
Y ahí es cuando ves que le empieza a transpirar la frente más que cuando le preguntás por qué no entregó la tarea.

Los colegas también tienen sus estrategias:
La profe que es sherlock, que te pasa los textos por detectores de IA como quien juega a la lotería.
La que es más relajada, que le da lo mismo y dice: “Si puede copiar del ChatGPT que copie, pero que por lo menos aprenda a leerlo bien cuando se lo preguntan en voz alta.”
Y la que es desconfiada profesional, que cada vez que ve una coma bien puesta, te pide que vayas al pizarrón y le escribas una oración igualita ahí, sin el celular.

Al final, entre investigar plagios, leer cuentos que parecen escritos por Borges, y corregir poemas que ni Neruda entendería, nunca falta material para reírnos. Así que si pensaban que ser profe de Literatura es solo leer novelas románticas y tomar cafecito en la sala de profes, les aviso que es más parecido a un reality show: ¿Quién escribió este texto? — y ahí vamos nosotros, los jurados, a desentrañar el misterio.

Pero bueno, ¿qué más da? Al final, entre que ellos copian del ChatGPT y nosotros aprendemos a detectarlo, nos vamos poniendo todos más creativos. Ellos para disimularlo y nosotros para cacharlos.

¡Qué lindo es ser profesora de Prácticas del Lenguaje y Literatura!
No sólo tenés que comprender a Borges o descifrar qué quería decir Shakespeare, sino que a veces tu mayor desafío es entender la letra de los chicos. ¡En serio, eso es arqueología pura! Tenés que leer los exámenes como quien descifra jeroglíficos en una pared del Antiguo Egipto.

Los alumnos son todo un arcoíris de caligrafía.
Están los que escriben tan chiquito que necesitás lupa para leer. Y los que nunca faltan que escriben con letra chiquita y con lápiz clariiiiiito, que te rompe la vista y necesitás lámpara de led de 300w y la lupa más grande que encuentres, para no quedarte ciega en el intento.
 Esa es una letra que si la mirás muy fijo, desaparece, tipo holograma.
Después están los que escriben tan grande que una palabra ocupa toda la hoja. Es una buena estrategia como para parecer que realizaron producciones extensas, salvo que están escribiendo con un equivalente a Arial 25 interlineado 4.5
Como si en vez de birome tuvieran un pincel para pintar murales.
Y no nos olvidemos del que escribe con letra cursiva indescifrable, que es como una serie de garabatos que sólo su autor entiende. Te entregan el trabajo y vos te quedás ahí, esperando que sea una pista para abrir una caja fuerte.

A veces tengo que leer en voz alta para ver si suena como algo coherente.
— “La profe… es… errm… rrum?”
¿Será una metáfora? ¿Será que quiso decir “amor” y se le escapó la R?
Cuando no, directamente uso una estrategia que me enseñó una profe con muchos años de experiencia: paso la hoja a contraluz, le doy unos golpecitos, la giro como un mapa del tesoro, y después rezo para que la respuesta me ilumine por algún lado.

Es una investigación digna del FBI.
¡Si a veces ni el alumno sabe qué quiso decir!

Al final, entre tratar de comprender palabras que parecen dibujadas por un médico apurado y descubrir si es plagio o creatividad propia, la corrección es como una carrera de obstáculos. Pero bueno, es parte del encanto de la secundaria: nunca sabés qué te va a sorprender primero, si una letra que te hace dudar de tu vista o una redacción tan perfecta que te hace dudar si es humana.

En fin, ser profe es una mezcla entre detective, criptógrafo y comediante.

Buenas noches y que nunca les toque leer una fotocopia que empiece con “En un lugar de la Mancha, cuyo nombre es desconocido por el autor que me generó el texto”