La misma noche que me ofrendó felicidades
es la que alguna vez me quitó el sueño,
su presencia y su mirada;
La misma noche que me regaló tu magia
lleve tal vez el apellido
de la muerte y la mañana;
La misma noche en que desperté del fin
pudo ser sin esfuerzo
una más
de tantas otras,
en las que apagué mi canto
y me dolió una palabra;
La misma noche en que sentí que era la nada
rozó mi mejilla la luz de tu caricia
y pude palpar la tierra, pero sin besarla;
La misma noche en que soñamos juntos
un par de ojitos húmedos despuntando el alba
dejaron nuestro mundo,
despedazando el cielo
y despoblando el vientre
de futuras nanas;
La misma noche en que no fui de nadie
se repite incesante en mi memoria
como un reto invisible de un destino en falta;
La misma noche,
debe haber sido la misma,
sinónimo de aquella, espejo de un mañana
la que me lleva y me trae
la que me entrega y se marcha
mientras un Todo se burla
de la fragilidad del alma
y algo en mí se desdibuja
y me reprende con ansias
de haber sido yo misma quien se queda
y quien se escapa;
silenciosa o valiente, triste de a ratos, por nada
sea sol, viento, tormenta,
brisa, marea o tiznada
de aquel encuentro con Dios;
en esa extraña mañana
que me condujo al presente
de un pasado sin palabras.
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