domingo, 24 de mayo de 2015

FIN

La primera vez que intimé con otro hombre, lloré. No podía acostumbrarme a la idea de otro cuerpo, otras manos, otros labios sobre mi piel. No podía – no quería - deshacerme de tus sentidos, y mucho menos de los míos. Era como traicionarte, y de algún modo, traicionarme.
Otras veces había experimentado esa sensación; pero esta vez fue diferente. Quería huir y tu mirada me frenaba. Era tu pedido, tu fantasía, tu juego, que me provocaba, que me involucraba. Un simple juego que consistía en filmarme- como tantas otras veces lo habíamos hecho- pero esta vez, de otro modo.
No éramos nosotros, ni nuestra prodigada pasión; ni nuestros tibios temblores; ni mis talentos sobre tu cruz; tus roces en mi sexo; mi sigiloso atajo; tus señales invisibles; mi estatismo precedente; ni era tu firme abrazo el que esperaba sediento mi espasmo, estallando plagado de pequeños puntos suspensivos. Ni fue tu mirada de arcoíris quien me sostuvo en sus brazos, ni mis lágrimas de niña las que contuvieron la emoción encarcelada de mis ojos ilusionados…y ese día lloré como llora una mujer. No eran nuestras palabras al oído ni nuestra ternura. Lisa y llanamente, no éramos nosotros.
Estuve con él, como quien se inmola ante un dios. Y vos allí filmando tu figura, tu agonía y el dulce veneno vertido de tu frenesí; de tu afán de desnudarme de esa nueva forma ante tus ojos. Y yo a sabiendas de tu vicio, de ese frágil estertor que provocaba en tus sentidos, fiel al antojo de tu voluntad y de mis deseos de encontrarte, (y de encontrarme con tan valiosa recompensa en nuestro cuarto, al regresar) accedí. Tú (nuestro) cuarto: el que nos vio abrazados cien amaneceres. Ni uno más.
Pero hubo una vez, que fue el fin. Quise olvidarte en tu lecho, y le dediqué infinitas noches de filmaciones imaginarias. Acompañada por la presencia de tu sombra hecha con luz descolorida (quien me recompensaba con su espada de Damocles sobre mi almohada, en la mañana) pude finalmente olvidarte, en el reflejo de tu espejo que se desvanecía en mi piel.
Y arranqué tu huella del lugar más insignificante de nuestra memoria. Y pude al cabo sublimar mis puntos suspensivos en dos puntos, que no fueran paralelos.
Y culminamos en aquel punto de quiebre entre la realidad y la utopía en el que todo se desdibujó y donde tu fantasía fue la mía (en el instante mismo en el que me arrojaste al abismo de su cama) y junto a ella te arrulló el olvido. No sé por qué mi recuerdo insiste en figurarme ese lugar con el aspecto de tu cuarto.
Y esta vez pudimos desleírnos nuevamente en los cristales, como antaño, y sin despedidas. Nos deshicimos para siempre, quedándonos con un pedacito de algo inconsistente e inefable, y que sin dudas sé que es mío; pero no me pertenece. Quizás sea el boceto de un resquebrajado intento de un “nosotros”; pero sólo quizás…
De todos modos pude olvidarte; y hoy somos dos los que renacemos en la entrega de otros labios, en la excitación de otros cuerpos. Sin culpa alguna ni imaginaciones que involucren a terceros… De alguna forma te encuentro, cuando él la encuentra. Y es verídico el amor, porque es certero cuando confirmo que aún nos une… y aún los une.

2 comentarios:

Jorge Curinao dijo...

Como cuando el silencio es posible y las palabras empiezan a temblar.

ROMINA PONZIO dijo...

Qué bella frase, Jorge Curinao :)